Los menores necesitan mayor visibilidad, leyes más protectoras y derechos más firmes para garantizar una infancia feliz y sana en todos los sentidos. ¿Cuándo se trabajará para poner el foco en proteger a los niños víctimas de violencia en el hogar?

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Me llamo Amelia Gilva Frutos, vivo en Valencia, soy psicóloga y tengo cuatro másters de formación todos oficiales. A través de mi perfil de Instagram (apsico.analizando) lo que quiero es visualizar y dar a entender la gran importancia de la crianza consciente. Trabajo con familias mediante juzgados y de forma privada. Me he especializado en psicología jurídica y trato con las familias todos los problemas que pueden existir en la crianza. Busco visibilizar aspectos que se tienen normalizados que son perjudiciales para el desarrollo infantil, como la educación o cómo se tienen que solucionar los problemas. En mi trabajo trato la psicología jurídica, trauma, trabajo con niños que han sufrido abusos sexuales y psicología sistémica. 

Escuchar o hablar sobre violencia vicaria relaciona automáticamente con el término violencia de género. Hablar de filicidio, sin embargo, no se asocia a nada tan dramático. Es complicado no entrelazar conceptos, constantemente leemos o escuchamos definiciones de la violencia vicaria y por desgracia los medios de comunicación nos presentan casuística cada vez de manera más habitual: sólo hay que pensar en las niñas de Tenerife, el padre que mató a su hijo en el hotel de Barcelona o recordar al que mató y quemó el cadáver de sus dos hijos pequeños en Córdoba hace varios años. Sin embargo, no generó tanta repercusión mediática hablar, el pasado mes de mayo, de la niña asesinada a manos de su progenitora en Sant Joan Despí. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué esa menor parece no tener tanto derecho a ser reconocida como víctima de violencia vicaria? El resultado en los cuatro sucesos mencionados fue el mismo: la muerte de menores absolutamente inocentes a manos de personas a las que querían y en las que confiaban.

En múltiples ocasiones encontramos definiciones tan específicas y alarmantes que la sociedad crea una impronta cerebral incuestionable que no admite debate alguno: “La violencia vicaria es aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos y especialmente de sus hijas e hijos. El padre ejerce una violencia extrema contra sus criaturas, llegando incluso a causarles la muerte y utilizando recursos de particular crueldad para la eliminación de los cadáveres en muchas ocasiones. El ánimo de causar daño a su pareja o expareja a toda costa supera cualquier afecto que pueda sentir por ellas o ellos. El asesinato de las hijas o hijos es la parte más visible de esta forma de violencia extrema que destruye a la mujer para siempre; pero es habitual la manipulación de hijas o hijos para que se pongan en contra de la madre o incluso la agredan” (Suárez y Tajahuerce, (s.f). Así es la violencia vicaria, la expresión más cruel de la violencia de género. Definiciones como estas, que provienen de una fuente supuestamente tan sólida, se encargan de otorgar un gran impacto a palabras clave que quedan registradas mentalmente con un peso emocional significativo: dañar, mujer, hijos, padre, violencia, muerte, destruye y de nuevo mujer. 

La realidad es que la violencia vicaria es un tipo de violencia por sustitución: esto significa que la persona considerada víctima objeto (contra la quién se quiere atentar) va a sustituirse por otra que sea considerada valiosa para la primera. De esta manera, la persona que agrede sabe que va a generar un dolor más fuerte y su finalidad le aportará mayor satisfacción. No entiende de sexos: se asocia mayoritariamente a la mujer porque la estadística atribuye una mayor casuística a este sector poblacional, que suele disfrutar de la guarda y custodia exclusiva de sus hijos en mayor proporción respecto al hombre; pero tanto las madres como los padres pueden hacer uso de sus hijos con el fin de dañar a sus ex cónyuges. La razón es simple: ambos sexos pueden desear coaccionar y controlar al otro adulto y presuponer que su ex pareja cederá seguramente a cualquier petición por el miedo y la posibilidad de que el hijo en común pueda sufrir algún daño. Pero… ¿Qué pasa con estos niños? ¿Quién se centra en ellos para protegerles? 

El gran problema surge cuando se utiliza el término violencia vicaria y se deja de lado a los principales afectados: los niños. Los medios de comunicación ponen de manera habitual el foco en los adultos, potencian en sus actos miedo e incluso odio social, pero no se centra en los mayores perjudicados ni en las consecuencias postraumáticas que pueden vivenciar al no disponer de herramientas ni habilidades psicológicas todavía firmes. El amor de cualquier hijo hacia sus progenitores es indiscutible, incluso cuando estos son maltratados, vejados o humillados: son por tanto los más vulnerables.

La violencia vicaria, a pesar de lo que venden muchos medios de comunicación, NO es exclusiva de progenitores hacia hijos (se puede ejercer hacia cualquier otro familiar, por ejemplo), no está vinculada estrechamente con el fallecimiento necesario de los menores (pueden sufrir actos de manipulación, amenazas, torturas, e incluso agresiones sexuales) y no es exclusiva del sexo masculino hacia el femenino: puede utilizarse dentro de la violencia de género, pero no es exclusiva de esta. En materia de la protección a la infancia debería utilizarse un término menos mediático si un progenitor termina con la vida de su hijo, como sería el de filicidio: englobar por igual a todos los niños fallecidos a manos de sus progenitores, siendo de este modo más justo, porque ningún niño debería valer más que otro ni ningún progenitor debería recibir mayor apoyo o reconocimiento como víctima que otro; el dolor es absolutamente el mismo porque el hecho implica el mismo fin. 

Como sociedad debemos ser más conscientes de que ser un niño de por sí ya es un factor de riesgo, especialmente en hogares disfuncionales, desestructurados o con cualquier tipo de dificultad. No son víctimas a través del daño que se pueda ejercer hacia sus madres de forma exclusiva: puede ser así si se considera la violencia vicaria utilizada en el contexto de violencia de género, pero también puede suceder que sus madres sean las que perpetúen esa violencia contra sus hijos. Los menores necesitan mayor visibilidad, leyes más protectoras y derechos más firmes para garantizar una infancia feliz y sana en todos los sentidos. Debemos aprender a distinguir términos y a analizar realmente el foco del problema: la violencia de género existe y es un problema social en el que seguir trabajando, pero la infancia resulta un ciclo vital mucho más dependiente y vulnerable y necesita que no nos olvidemos de ella.

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