Pregunta para Cortes de Castilla-La Mancha
He sufrido gordofobia en el ámbito familiar desde siempre, y no pienso permitir que mi hija pase por lo mismo. ¿Qué se está haciendo desde los colegios para que ni alumnos, ni profesores, ni familiares fomenten este tipo de discriminación?
Me llamo Bea y soy de Talavera de la Reina (Toledo). De los cuatro a los siete años tuve problemas con el riñón, lo que hacía que siempre se me viera amarilla y que me costara mucho coger peso. A partir de los ocho, que encontraron la forma de controlar mi enfermedad, empecé a tener apetito y a subir de peso. Recuerdo que mi médico me decía: “tendrás que dejar de comer chuletitas y comer más verdura”. Pero en mi casa precisamente siempre comía verdura.
En el ámbito familiar, siempre he sido discriminada por no tener una talla o un peso normativo. Tanto a mí como a mi hermano nos llamaban ceboncillos, comparándonos con los cerdos, haciendo referencia a que éramos como ellos. Me lo decían incluso mis primas mayores. Lo pintaban como si fuera un mote cariñoso, pero no lo era para nada.
Con ocho años tengo el primer recuerdo de alguien llamándome gorda. Iba de viaje con mis tíos y mis primos y, a la hora de subir al coche, la mujer de mi tío me dijo: “mejor ponte tú delante porque no cabréis los tres atrás”. Insinuó que ella, mujer adulta y con caderas, ocupaba menos espacio que la niña de ocho años que veis en la foto.
Muchas personas con sobrepeso han sufrido acoso escolar, pero en mi caso nunca tuve ningún problema en este sentido. Comía como mis compañeros, hacía los mismos ejercicios que ellos, y nunca oí ninguna risilla ni cuchicheos. Aun así, sí sé que, cuando hablaban de mí, se referían a mí como la gorda, o sea que lo hacían a mis espaldas.
En la adolescencia tampoco tuve ningún problema con mis compañeros, pero yo sí que sentía que era diferente a los demás, así que el problema no era tanto de mis compañeros sino mío: era muy tímida y tenía mucho miedo al rechazo. Donde sí tenía problemas era en casa: era un machaque constante, sobre todo por parte de mi padre, que siempre me comparaba con mi hermana.
Empecé a tener problemas con la comida a los 12 años, tras haber sufrido abusos sexuales. Eso hizo que me refugiara en la comida, y mi peso se disparó. Intenté buscar solución, pero siempre me han tratado con mucha humillación y centrándose solo en el peso, no en el camino o en cómo me siento y me encuentro.
Ahora que soy madre, tengo muy claro que no quiero que mis hijos pasen por lo mismo, especialmente mi hija. Por un lado, porque a las chicas siempre se nos ataca más con nuestros cuerpos: siempre tenemos que estar perfectas y bonitas. Por otro, porque tiene un cuerpo menos normativo que el de mi hijo, y quiero que se quiera tal y como es.
En casa trabajamos mucho la autoestima, les hablo mucho de lo valientes, listos y fuertes que son, y de que los quiero tal y como son. Además, en casa no tenemos espejos, solo en el baño, para transmitirles el mensaje de que no tienen que obsesionarse con el físico. También les hablo de la importancia de no comentar sobre los cuerpos ajenos si no es algo que no se pueda cambiar en 3-5 segundos (por ejemplo: “tienes una pestaña”).
En cuanto a mi familia, incluso mis sobrinos siguieron llamándome ceboncilla, y luego el apodo pasó a “gordi”. Lo estuve aguantando durante años (a mi hermano dejaron de decírselo hace mucho), hasta que pedí a mi familia que dejaran de hacerlo, ya que no quiero que mi hija vea lo que le dicen a su madre por tener el cuerpo que tiene.
Por mucho que trabajemos en casa, lo que mis hijos ven y oyen fuera puede influir mucho, y es algo que me preocupa. Hace poco mi hija vino llorando a casa porque un profesor dijo que las personas con tallas superiores a XL deberían cerrar la boca y dejar de comer. Ella tiene 10 años y ya se empieza a dar cuenta de las cosas.
Es por todo esto que quiero dirigirme a los miembros de las Cortes de Castilla-La Mancha, ya que soy manchega y son mis representantes en dicha cámara, para que desde los colegios se trabaje para fomentar la diversidad corporal, el respeto a los demás y el amor propio, para que así ni alumnos, ni profesores ni padres y madres sigamos fomentando la gordofobia, seguramente el tipo de discriminación más socialmente aceptado.