Pregunta para Asamblea de Madrid
Me llamo Camino y soy una persona intersexual. ¿Por qué no se incluyen contenidos sobre diversidad corporal en Educación Primaria y Secundaria, para que desde la infancia y la adolescencia se conozcan y normalicen las intersexualidades?
Me llamo Camino, soy de Madrid y soy una persona intersexual. La intersexualidad puede darse en una gran variedad de casos, cada vez más amplia. De hecho, la intersexualidad puede aparecer en más de 100 formas. Es por eso que prefiero hablar de intersexualidades, en plural, ya que es un término paraguas que abarca muchas realidades.
Las intersexualidades son variaciones en el desarrollo sexual que se caracterizan principalmente por diferencias en los cromosomas, en las hormonas, en los genitales, en las gónadas y en las características sexuales secundarias (vello corporal, timbre de voz…), diferencias que se salen de los patrones que solemos asociar a los conceptos “hombre” y “mujer”. En mi caso, nací con insensibilidad a los andrógenos, es decir, mi composición genética es XY, que se suele asociar con el sexo masculino, cuando el que se asocia a las mujeres es XX. Esto significa que nací con un fenotipo (apariencia física) visiblemente femenino pero, por dentro, conservé dos testículos no descendidos.
Mis padres descubrieron mi condición cuando yo tenía cuatro años. Mi madre es enfermera, y palpándome la ingle notó que había un pequeño bulto que no se veía, y luego fue a tocar la otra ingle y también percibió otro parecido. Fue ahí cuando mis padres me llevaron al médico y recibieron la noticia, y sin embargo les recomendaron que nadie, ni siquiera yo, supiera que tengo esta condición; querían que creciera pensando que nací con las mismas características que la mayoría de mujeres.
Cuando tenía 13 años, me quitaron las gónadas vestigiales mediante cirugía. Lo que me contaron mis padres es que tenía unas hernias que tenían que retirar, pero nunca mencionaron que mi composición genética es la que generalmente se asocia al género masculino ni que fueran testículos lo que tenía en las ingles.
Un año más tarde, viendo que no me bajaba el periodo, como al resto de las chicas de mi clase, pregunté a mi madre si esto tenía algo que ver con la intervención que me hicieron. Fue ahí cuando tuvimos nuestra primera charla, y cuando supe que no podría tener la regla ni tener hijos. La explicación fue que me habían tenido que vaciar porque “no se estaban desarrollando bien mis gónadas y podían convertirse en algo cancerígeno, por lo que hubo que extirparlo todo”. Mi vagina medía 4 cm, después de los cuales no había ni útero, ni ovarios, etc.
La adolescencia no fue fácil para mí: tenía fobia a que descubrieran que yo no tenía la regla, e incluso alguna vez llegué a manchar un tampón con Betadine y tirarlo en la papelera para que nadie sospechara. Esto también me afectó en la sexualidad, ya que mi vagina no tenía las mismas características que la de la mayoría de mujeres, por lo que no estaba preparada para tener relaciones coitocéntricas y siempre evitaba tener relaciones sexuales con las parejas que tuve.
A los 17 años empecé un tratamiento a base de dilataciones. En este aspecto también hay una gran variedad de casos, ya que hay personas con tejidos más flexibles que otras. En mi caso, empecé de manera manual con un dildo (un instrumento de forma fálica) que tenía que utilizar cada noche.
En aquel momento, no existía la opción, como ahora, de hacerlo de forma gradual, por lo que mis dilataciones comenzaron con el tamaño más grande desde el principio. Estuve un año utilizándolo para finalmente conseguir un centímetro más. Al final me bajaron a quirófano para ayudar a dilatar un poco más. Como las dilataciones no consiguieron su objetivo, tuve que recurrir al plan B: la vaginoplastia.
Desde entonces, fui creciendo sabiendo que había piezas que no me encajaban en un puzle aún por armar. No supe lo que realmente me pasaba hasta que tenía 28 años, y lo descubrí por puro azar. En parte puedo entender que mis padres no quisieran que se supiera, ya que crecí en los años 90, había mucho desconocimiento, y el personal médico pensaba que esta condición podría llegar a ser motivo de bullying. Sin embargo, hablando desde mi experiencia personal, sí me habría gustado saberlo desde pequeña, para así aprender a vivir con ello y normalizarlo. De hecho, en la actualidad se recomienda que los niños y niñas intersexuales lo sepan entre los seis y los doce años, en función de la capacidad de comprensión del menor.
Aunque hayan pasado casi 30 años desde entonces, sigo pensando que hay mucho desconocimiento sobre las intersexualidades: se confunde con el concepto “hermafrodita”, con la identidad de género e incluso con la orientación sexual. Creo que si hubiese más formación en diversidad corporal en los colegios, enseñando un enfoque más amplio del dimorfismo sexual (masculino/femenino), incluyendo las variaciones en los cuerpos, facilitaría que las personas intersexuales no nos ocultásemos.
Es por esto que me quiero dirigir a los políticos de la Asamblea de Madrid, ya que soy madrileña y son mis representantes en dicha cámara, para que se imparta más formación en diversidad corporal en Educación Primaria y Secundaria para que, desde la infancia, se normalicen las intersexualidades y podamos crecer y llegar a la adolescencia sin miedo a mostrar nuestra realidad.
Las personas intersexuales representamos el 1,7% de la población mundial, es decir, casi dos de cada 100 personas, que no es poco. Muchas personas ven las intersexualidades como una anomalía, como un síndrome, e incluso como una discapacidad. Si aprendemos a respetar esta y otras diversidades, podremos avanzar realmente como sociedad.