Me llamo Carmen y he superado un cáncer de colon y otro de ovario.

El de colon fue el primero y me lo detectaron hace 16 años, cuando yo tenía 37. Hubo muchas complicaciones para tratarlo, ya que estaba muy avanzado. Aunque no tuve que recibir quimioterapia ni radioterapia, tuve que someterme a varias cirugías y permanecer hospitalizada tres meses. Además, no pude comer ni beber durante dos meses y, a día de hoy, convivo con múltiples secuelas, sobre todo a nivel de tránsito intestinal.

A continuación, me hicieron un estudio genético, en el que me diagnosticaron el síndrome de Lynch, un trastorno hereditario que aumenta el riesgo de padecer cáncer de colon y de endometrio, entre otros.

A principios del 2019, tras haber pasado un año muy duro y de mucho estrés, me detectaron cáncer de ovario. Me practicaron una histerectomía radical y, a continuación, me administraron quimioterapia durante seis meses, los cuales recuerdo muy desagradables y de mucho malestar.

Siempre he sido una persona muy perfeccionista, autoexigente e hiperresponsable, cualidades que me han llevado a vivir desde un estado de alta tensión interna y de mucho, mucho estrés.

Mi segundo cáncer fue un punto de inflexión en mi vida, pues empecé a indagar dentro de mí, haciéndome consciente de aspectos de mi forma de ser, de la exigencia constante a la que me sometía y de emociones reprimidas. 

Esta mirada interior y autodescubrimiento profundo me llevó al convencimiento de que el cómo vives la vida, cómo te relacionas con ella son aspectos definitivos a la hora de desarrollar ciertas enfermedades.

En este sentido, creo que esta enfermedad vino a mí en dos ocasiones para hacerme consciente de esto y decirme que tenía que reenfocar mi vida.

Por ello, me dirijo a la Asamblea de Madrid, con el objetivo de que destinen más a la investigación y educación sobre la relación entre nuestro equilibrio emocional-mental y enfermedades como el cáncer.