Pregunta para Congreso de los diputados
Hola. Aunque en mi DNI pone que me llamo Javier, me siento cómodo explorando mi identidad como Daniela. ¡Queremos que se creen protocolos eficaces de acogida y acompañamiento para todos los usuarios de Chemsex que lo necesiten!
Hola. En mi DNI pone que me llamo Javier Gutiérrez -y es el nombre que habitualmente empleo-, pero me siento cómodo explorando mi identidad con el nombre de Daniela Durán. Tengo 28 años y convivo con el VIH desde los 19. Recibí el diagnóstico en 2015. Desde hace aproximadamente 6 meses estoy en tratamiento con un fármaco antidepresivo y acudo a terapia regularmente desde mi diagnóstico.
Me gustaría que la sociedad estuviese más concienciada y tuviese más información sobre el chemsex, puesto que es una realidad existente hoy en día que está suponiendo un enorme problema de salud pública.
Para aquellos que no sepáis qué es el chemsex, es un conjunto de prácticas relacionadas con el consumo de drogas, en contextos sexuales, a menudo en encuentros grupales, cuya práctica ha ido creciendo exponencialmente en los últimos años y ha llegado a convertirse en una de las principales preocupaciones dentro de la comunidad LGTBIQ+, teniendo unas consecuencias realmente perniciosas sobre la vida de cada vez más personas, incluidas los más jóvenes.
En mi caso particular, a raíz de recibir la noticia de que era seropositivo, y de todo el periplo médico que eso supuso (ya que empecé el tratamiento en estadio de sida), comencé a desarrollar conductas compulsivas con el sexo. Con los años, conocí por primera vez la droga en el contexto sexual, y esto empeoró significativamente mi estado de salud.
Durante 8 años he estado inmersa en una depresión de la que no tenía ni idea de cómo salir, a pesar de mis esfuerzos. Muchas son las veces en las que me he dicho a mí misma que iba a escribir un libro (o dos... quizás la trilogía), porque la magnitud de lo que he vivido es tal, que necesitaría todas esas páginas para plasmar con claridad cada detalle.
Nunca falté a una sesión con mi terapeuta. Acudí a grupos de apoyo. Mis visitas al hospital eran especialmente frecuentes, por encima de la media. Atrapada en un círculo vicioso de sexo compulsivo (con personas que ni siquiera me atraían sexualmente), consumo de sustancias (siempre en el contexto sexual y bajo ningún otro pretexto) y un sinfín de infecciones de transmisión sexual (its) que llegaban encantadas a mi cuerpo cada vez que tenía relaciones desprotegidas. Así, durante 8 fatídicos años, sin saber parar. Para mí fueron momentos especialmente duros.
Siempre he tenido claro que no me siento cómodo teniendo relaciones desprotegidas si no conozco el estado de salud de la persona o si se ha realizado algún control de its recientemente. Sin embargo, el estado de ansiedad en el que vivía me impedía tomar medidas de autocuidado, que sumado a las prácticas de chemsex, me hacía perder todos mis límites personales. Aún hoy día, sigo teniendo dificultades para afrontar el sexo de una manera asertiva.
Recuerdo cómo un día temblaba en la cama, al mismo tiempo que estaba quedando con un hombre. Y no hablo de temblores leves, sino de saltos en la cama. Mi psicóloga dice que a esto se le llama estar 'disociado'. No eran experiencias sexuales que decidiera tener de manera consciente, lo cual hubiese sido muy lícito, sino una vía de escape completamente irracional al dolor y la incomodidad que sentía. Esto en psicología se conoce como 'estrategias desadaptativas' para la autorregulación emocional.
Llegados a este punto, me parece importante matizar que esta ha sido mi experiencia, y aunque objetivamente el chemsex constituya un problema de salud pública real, eso no significa que no haya personas que experimenten otras realidades, viviéndolo desde un lugar asertivo, placentero, en contextos de ocio y placer.
En mi caso, todo empieza a cambiar a principios del 2023, cuando un médico de infecciosos de un hospital de Sevilla me recomienda el uso de un fármaco antidepresivo. Como cualquier otra persona, conocía la existencia de estos fármacos, pero nunca lo había contemplado como una posibilidad, pese a contar con un pésimo estado de salud físico y mental cronificado en el tiempo. El tratamiento me ha permitido calmar mis emociones, ver con mayor claridad las cosas, y sobre todo dar pasos adelante.
Pedí demasiadas veces ayuda. Nadie, conociendo la gravedad de mis conductas, me recomendó el uso de antidepresivos hasta ese momento. Ni siquiera realizaron una derivación psiquiátrica para evaluar con escalas o valores fiables mi situación. Acompañado a este proceso, y gracias a referentes audiovisuales lgtb+ y contenido como el de Gabriel J. Martín, empiezo a darme cuenta de que durante todos estos años estuve relacionándome con los hombres desde un lugar poco saludable, tremendamente sesgado, sin ver otra dimensión en ellos más allá de la sexual.
Debemos contar con unos protocolos de evaluación estandarizados muy claros en nuestros sistemas médicos de salud mental, públicos y privados, y que estos sean compartidos por todos los profesionales sin importar cuál sea su especialidad.
Por todo lo plasmado, lanzo la siguiente petición al Congreso de los Diputados para que la salud mental sea una prioridad, y en especial, para que se creen protocolos eficaces de acogida y acompañamiento para todas aquellas personas usuarias de chemsex que así lo necesiten.
¡Hagamos visibles estas situaciones y afrontemos de una manera asertiva y constructiva el chemsex, atendiendo no solo a la punta del iceberg, sino a la totalidad de su naturaleza!