Hola, 

Soy Inma y tengo 40 años. Con tan solo 38 años una hija de un año y medio y otro hijo de 9 me diagnosticaron un linfoma folicular de grado IV con afectación ósea de la cadera. Una enfermedad que me hizo replantearme muchas cosas en la vida y llegar a pensar que todas las cosas que hago en mi día podrían ser las últimas. Unos duros pensamientos que me hicieron sufrir mucho psicológicamente.

Y es que si tengo que relatar mi historia, es digna de película. Todo empezó con un dolor en la pierna que iba hasta la ingle, cuando esperé a que se acabara mi contrato laboral, decidí ir al traumatólogo. Durante 8 meses estuve yendo a rehabilitación. Pero ese dolor no cesaba e iba cada día a más, teniendo incluso que mover mi pierna con mis dos manos. 

Tras ver que no se solucionaba me mandaron numerosas pruebas. Estas determinaron que tenía cáncer. En mayo de hace dos años me operaron abriéndome del ombligo hacia arriba y hacia abajo. Tras analizar el ganglio el propio médico me llamó: “Me he equivocado, no tienes cáncer, estás bien”. Una noticia que celebramos con alegría en casa. 

Pero el dolor de la pierna seguía estando, así que me derivaron al médico internista. Allí el hematólogo de urgencias me volvió a dar la misma noticia que me habían dado el mes anterior: “Tienes cáncer, un linfoma”. Pero esta vez el mazazo fue mucho más fuerte, en menos de un mes me han asegurado que tenía cáncer, que no y ahora de nuevo… Psicológicamente es muy duro, pensar que tu vida está en peligro, luego que vas a poder ver crecer a tus hijos, y luego de nuevo que tu vida se puede frenar. 

En agosto empecé la quimioterapia y aún sigo en tratamiento. En diciembre supuestamente terminó y podré pasar al siguiente paso que para mí será el definitivo, me pondrán una prótesis en la cadera, y por fin se me quitará ese dolor que hizo que se descubriera pronto la enfermedad.

Si para un paciente es difícil enfrentarse a las sesiones de quimioterapia, imagínate para un paciente que recibe un tratamiento dentro de un ensayo. Tus sesiones se hacen en una sala aparte sin estar rodeada de ese calor que puedes sentir con personas que se encuentran en tu misma situación, con las personas voluntarias que están en las salas junto a los pacientes. En esa sala puede uno buscar apoyo, ayuda y buscar consejos. 

A mi nunca me propusieron ayuda psicológica. Aunque sabía que en Conil, mi pueblo, tenía la oportunidad de ir a la psicóloga de la Asociación Contra el Cáncer, me costó tomar esa decisión. Cada cosa que hacía pensaba que podía no volver hacerla más en la vida porque me iba a morir. Estaba asustada y confiaba poco tras mi experiencia con los médicos. Tardé dos meses en dar el paso. Así que fui y cogí fuerzas para salir adelante. Había que salir, había que salir de casa, sacar adelante a mis hijos y hacer las cosas necesarias mientras que mi marido trabajaba por los dos. Y eso hice. 

Por eso me dirijo a los políticos del Parlamento de Andalucía y les pregunto: ¿Cuándo va a existir un acompañamiento psicológico para los pacientes oncológicos que se encuentran en un ensayo?