Pregunta para Senado
Soy víctima de abuso sexual infantil y violación. ¿Hasta cuándo las víctimas nos vamos a sentir desprotegidas y desamparadas por las instituciones?
Hola, me llamo Inmaculada y me gustaría contar mi caso como víctima de abusos sexuales en la infancia y, más tarde, de violación para que se de visibilidad al desamparo institucional que sufrimos muchas veces las mujeres y las niñas en este país.
Cuando era pequeña sufrí abusos sexuales por parte de un familiar cercano. Recuerdo que al principio pensaba que era su forma de dar amor y de ser cariñoso, pero no. Así pasé muchos años y no me di cuenta hasta principios de la adolescencia. Normalmente, las víctimas tendemos a no decirlo nunca por miedo al daño y al sufrimiento que podamos causar a familiares. En mi caso, sabía que le destrozaría la vida a mis padres y no quería que eso pasara.
En una reunión familiar, exploté y solté un comentario. En ese momento mi hermana me cogió para hablar conmigo y le conté lo que me había pasado. Ella se puso a llorar y me contó que a ella le había pasado lo mismo. Siempre dice que se siente culpable por no haber hablado antes para que no me pasara a mí, pero recordemos: la culpa no es suya, ni tampoco mía. Los únicos culpables son los agresores y el entorno que les intenta tapar.
Como consecuencia, tardé mucho en desarrollarme porque recuerdo que no me quería hacer mayor. Me daba miedo lo que me pudiera pasar y tenía un trauma psicológico que sabía que iba a ser de por vida. Mi adolescencia y mi juventud fueron muy difíciles. Fui madre joven con el que fue el amor de mi vida que, por desgracia, murió muy pronto. Un día, ocurrió una cosa que volvió a marcar un antes y después en mi vida. Salí del trabajo un día por la noche, porque acababa de trabajar en un bar bastante tarde, y un coche se paró al lado mío, se bajaron dos chicos y me metieron rápidamente en él. Me forzaron e intimidaron y más tarde me volvieron a dejar donde estaba. Fue una absoluta pesadilla. Fui a casa y se lo conté a mi marido y seguidamente fuimos a denunciar. En la comisaría (antes las cosas eran muy distintas y las mujeres no teníamos ni voz ni voto) me dijeron que se iban a poner manos a la obra a buscar a los culpables, pero nunca más se supo nada. No hicieron nada. No era un caso que les interesara en absoluto.
Mi marido murió y, con el paso del tiempo, rehice mi vida como pude y tuve a mi segundo hijo. Como mi hija se había ido a Argentina a buscarse la vida, decidimos ir con ella para estar todos juntos. Allí vivíamos en una casa que estaba muy bien, pero que estaba en una zona que no era del todo segura, hostil. Allí ocurrió la tercera situación que me cambiaría la vida. Un vecino con el que habíamos hecho amistad porque vivimos junto a su casa 4 años en los que les hicimos favores y nos llevamos bien, pero del que no nos fiábamos mucho porque sabíamos que hacía cosas que no cuadraban, acudió un día a mi casa cuando estaba sola para celebrar lo que en España era el día de reyes. Vino con una botella de una bebida muy típica de allí y bebimos, pero no hasta el punto de perder el conocimiento, aunque lo perdí. Ahora, lo reconozco como una sumisión química en toda regla, pero por aquel entonces eso todavía no se escuchaba. Me violó. En ningún momento recibió mi consentimiento. Todo sucedió muy rápido y mi marido y yo fuimos a denunciarle. Me hicieron pruebas médicas y tenía desgarrado el útero y muchísimas contusiones que demostraba que no había sido queriendo. Aun así, como los procesos judiciales, y más allí, son lentos, me vine a España.
Aquí siguió mi juicio, aunque nunca me dieron facilidades, ya que tuve que insistir mucho para que me dejaran participar en el juicio desde España. Finalmente, y tras una declaración online mía y de todos los testigos, recibí la llamada en la que me comunicaban que mi agresor había sido condenado a 8 años de prisión.
Cuando te enteras de que han metido en la cárcel a uno de los culpables de tus traumas sientes un alivio, pero ahí no acaba todo. Desde que volví a España para refugiarme de todas las desgracias, he sentido de todo menos eso, refugio. Las instituciones te abandonan, ponen en duda tus testimonios. Y no hablemos de la salud mental… La Seguridad Social no te ofrece un servicio digno de salud mental, ni aun siendo víctima de abuso sexual infantil y violación. Y, sobre todo, si esto último ha ocurrido en otro país. Aquí se lavan las manos y no es justo.
Tenemos que comunicar a las niñas de hoy en día que es necesario que hablen y que las instituciones les van a proteger y facilitar el proceso. ¿Cómo vamos a hablar si no nos sentimos protegidas y seguras? Es increíble que la falta de recursos y el desinterés en muchas ocasiones sean los causantes de que nuestros traumas de la infancia aumenten con el paso del tiempo.
Pido que de una vez por todas se respete a las mujeres. Que las instituciones pongan a nuestra disposición herramientas y mecanismos seguros para que podamos hablar tranquilas y sin sentirnos juzgadas por las instituciones y por el grueso de la sociedad.