Hola. Me llamo Joana Martínez, tengo 25 años y convivo con ansiedad.

Mi madre tiene ansiedad y depresión desde hace muchos años (unos 20) y yo desde pequeña (con 8 años) ya mostraba signos aunque me diagnosticaron ansiedad generalizada con trastorno hipocondríaco hace 8 años (con 17 años).

Desde pequeña tenía fobia a las tormentas (brontofobia) la cual apareció cuando mis padres se divorciaron. Cada vez que llovía, hacía viento, veía relámpagos o escuchaba truenos me daba mucho miedo hasta llegar a tener ataques de pánico. Cuando me diagnosticaron ansiedad de más mayor, fue cuando murió mi abuelo (que había actuado como mi padre) y fue fácil darme cuenta porque de repente no quería salir de mi casa ni ver a nadie, todo me ponía triste o me daba rabia. No quería salir de la cama porque todo me suponía un mundo y siempre pensaba que todo lo que podría salir mal, saldría mal. Tenía un nudo en la garganta todo el día y a la mínima saltaba o me asustaba. Mi cuerpo estaba a la defensiva. 

Cuando tenía 8 años me mandaron a la psicóloga de la seguridad social la cual me decía que si cada vez que lloviera, hiciera viento etc, me "portaba bien" (cito textualmente) me darían 20 céntimos y me pondrían una carita sonriente en el registro. Nunca voy a olvidar eso. Acto seguido, le dije a mi madre que yo ahí no volvía más. Que esa señora se pensaba que yo podía controlar mi fobia y que lo hacía para llamar la atención y que me había ofendido mucho. 

La segunda vez fue cuando tenía 18 años. Me dijeron que solo me podían atender una vez al mes individualmente y que si quería atención cada semana tenía que ir a terapia grupal. Ahí hice algún amigo pero la terapia grupal fue un fracaso. Me pusieron en un grupo con personas las cuales sus problemas no tenían nada que ver con los míos (algunos estaban porque les hacían bullying, otros porque tenían agorafobia, otros se habían intentado suicidar, etc). Yo era casi la única persona que hablaba y compartía, y cuando alguien más compartía nadie empatizaba ni respondía. Me sentía cómo la única persona que quería compartir y sanar de forma conjunta, y a las dos últimas sesiones de cierre ni fui de lo frustrada que estaba. 

He intentado desde entonces que me atendieran desde el sistema público de salud mental, pero literalmente lo que me decían siempre tanto mi doctora de cabecera como el responsable de salud mental de mi área era que fuera a la privada porque había dos años de espera. A esto, mi respuesta obviamente era que no tenía dinero para pagar 200 euros de psicólogo al mes y que qué hacía. No sabían qué decirme, pagar para que te atiendan parece ser la única opción. 

La mala gestión de la salud mental me ha influido a niveles muy grandes. Me ha afectado a nivel académico, familiar, de pareja, laboral… ha llegado hasta el punto de debilitarme el sistema inmunológico y ponerme mala del exceso de cortisol acumulado en el cuerpo. De hecho, de la somatización de mi ansiedad derivó un trastorno hipocondríaco, con el cual desde el sistema de salud no se me ha ayudado. Lo único que se me ofrecía era tomarme ‘Diacepam’, a lo que yo siempre me he negado viendo que mi madre se lo tiene que tomar cada día desde hace años para sentirse persona. Ahora años después puedo decir que yo sola lo he superado con muchísimo esfuerzo. 

La ansiedad me hace estar alerta 24/7, cansada, me hace estar irritada y saltar a la mínima que cualquiera me dice algo. Me hace pensar y repensar las cosas mil veces, me hace sentirme abatida pero al mismo tiempo inquieta pensando en que algo malo vendrá. Me hace plantearme si realmente mi vida tiene sentido o si algo lo tiene. No me deja disfrutar de las cosas que antes disfrutaba hasta tal punto que ya casi siquiera recuerdo qué me gustaba.

Lo que siento respecto a la sociedad es que cuando una persona tiene un trastorno de salud mental activo, pero es funcional (siempre he trabajado y estudiado a la vez) dan por sentado que estás bien y que no te pasa nada. Le quitan hierro al asunto porque desde fuera parece que llevas una vida como cualquier otra persona. 

Me molesta que muchas personas que no padecen de ansiedad o depresión digan "tengo ansiedad" cuando están nerviosos un día o "estoy deprimida" cuando están tristes otro día cuando no tienen ninguno de esos trastornos, como si estos trastornos fueran circunstanciales y no algo con lo que se tiene que convivir a todas horas. 

Tener ansiedad y luchar contra ella es un poco luchar contra ti misma, contra los patrones mentales que tienes asentados desde la infancia, y se requiere de mucho coraje para cuestionarse e intentar mejorar con tan poca ayuda. 

Por todo lo plasmado, lanzo la siguiente petición al Congreso de los Diputados para que mejore el acceso al sistema público de salud mental y a sus recursos sin tener que esperar años e interminables listas de espera. 

No poder entrar en el sistema hace que las personas sin recursos, al no poder pagar una terapia privada, tengan que ignorar sus problemas de salud mental, los cuales van empeorando a lo largo de los años sin ningún tipo de ayuda reduciendo su calidad de vida. Es necesario que todxs tengamos el derecho a contar con profesionales cualificados que nos acompañen a sanar tanto física como psicológicamente. 

Una persona con ansiedad o depresión puede ser cualquiera, hay personas que no se pueden permitir expresar su malestar por los motivos que sea (mantener una familia, tener pocos recursos…) y que a aparenten estar bien no significa que lo estén. No hay que hacer presunciones sobre el estado psicológico de nadie basado en lo que vemos.

Los problemas de salud mental están en auge y ahora es el momento de enfatizar en estas patologías para intentar revertir la situación.