Pregunta para Congreso de los diputados
La adicción de los adolescentes a las pantallas es más peligrosa de lo que parece. ¿Por qué no hay una ley que establezca una edad mínima para acceder a internet, del mismo modo que hay una edad para beber, conducir o votar?
Me llamo Carmina y soy coach especializada en desarrollo adolescente, tanto a nivel emocional como académico. Ayudo a padres y madres a comunicarse de forma efectiva con sus hijos. También ofrezco a los adolescentes un acompañamiento desde un programa de “gestión del talento”, para que aprendan a gestionar sus emociones y a conocerse a ellos mismos.
Uno de los problemas que veo en la adolescencia, y en el cual trabajo a través de talleres, es la adicción que tienen a las pantallas: redes sociales, videojuegos, streamings… Con los años, cada vez hay más acceso a los dispositivos móviles, y cada vez a una edad más temprana. Además, la pandemia, el confinamiento y el aislamiento ha propiciado mucho más esta situación.
Hay varios motivos por los que un adolescente puede estar enganchado a una pantalla, pero la base que yo observo desde mi experiencia es la necesidad de tapar o llenar un vacío emocional. Están en una etapa de tránsito que produce una confusión muy grande, un dolor, un duelo, por el hecho de abandonar una etapa y adentrarse en otra. Del mismo modo que los adultos narcotizamos nuestros sentimientos, ya sea bebiendo, fumando, viendo una serie… los adolescentes se refugian en estos espacios, que ven como zona de confort.
Las consecuencias también son muy diversas, pero para mí la más grave y la más preocupante es que dejen de sociabilizarse, que dejen de tener contacto con sus iguales. Esto se da en niveles muy extremos, porque también es verdad que muchos adolescentes se conectan con amigos para jugar a un videojuego. En este sentido, sigue habiendo una relación y seguramente luego quedarán para verse en persona.
El problema llega cuando el adolescente deja de salir a la calle, incluso casi no sale del cuarto, deja de relacionarse con sus padres y con sus iguales. He trabajado con familias que se encontraban en situaciones como esta y, después de un proceso de aprendizaje, han logrado acercarse a sus hijos, poder pasar tiempo juntos, establecer nuevos acuerdos e ir restringiendo el acceso a las tecnologías. Más de una familia me ha dicho: “Hemos recuperado a nuestro hijo”.
La adicción a las pantallas es un tema muy complejo y cada vez más descontrolado. Es preocupante lo fácil que tienen los menores, cada vez a edades más tempranas, a acceder a ciertas plataformas y ciertos contenidos que no deberían ver. Veo una falta de control en todos los ámbitos, y creo que todo esto se debería regular de forma más contundente.
Ante esto, quiero dirigirme a los miembros del Congreso de los Diputados para pedir que se establezca una ley o un protocolo que regule de forma efectiva el acceso de los menores a las plataformas digitales.
Del mismo modo que hay una edad mínima para beber, conducir, votar, que hay películas para adultos… también debería haberla en este caso, para que así haya un consenso entre instituciones, colegios y familias.