Cuento mi historia y cuento cómo me siento, anónimamente, pero lo cuento. Tiemblo, tengo miedo, se me entrecorta la respiración. Todos los días me siento igual desde esa noche en que mi pareja abusó de mí y me golpeó. Me da miedo estar sola, salir a pasear con mis amigas e ir al trabajo. Me siento insegura en el autobús, en el metro, en la calle y hasta en mi propia casa, no importa si es de día o de noche.

Cuando eres víctima de violencia de género, ese primer ataque queda para siempre dentro de una misma. No se escapa, te invade, te persigue y te castiga cada día. Una vez que sufres violencia de género, dicha violencia permanece continuamente en tu cabeza. 

Las redes sociales, los medios de comunicación y las calles nos muestran la decena de casos que sufrimos las mujeres por día, y cómo nuestros maltratadores siguen con su vida tranquilamente. Ellos no sufren, la cabeza nos los tortura como a nosotras. Ellos no tienen miedo, ellos viven su rutina igual que siempre. Tampoco se les cuestiona su relato. La violencia que ejercen no marca un antes y un después en su vida. No hay justicia, sino todo lo contrario,  hay impunidad. 

A nosotras nos cuesta contar nuestro ataque porque tenemos miedo y porque no tenemos la certeza de que la justicia de nuestro país y los políticos harán lo imposible para que los abusadores, los violentos, los violadores y los golpeadores no vuelvan a maltratar a ninguna mujer más. Nos da miedo pensar que nos pueden buscar y vengarse de que saquemos la verdad a la luz. Nos da miedo incluso ser juzgadas por la sociedad. 

Necesitamos políticas que protejan a las mujeres, que nos aseguren, que nos cuiden y que nos den certezas para que los agresores sean juzgados y no vuelvan a poner en peligro nuestra vidas. Estamos cansadas y destrozadas por vivir con miedo. 

¡Apoya y ayúdanos a ser escuchadas!