La educación es la única manera de frenar el acoso callejero que sufrimos las mujeres a diario.
Hola soy Noa, tengo 21 años y escribo esta campaña para hacer visible una realidad que sufrimos las mujeres en nuestro día a día: el acoso callejero. Aunque han sido numerosas las veces que he sido víctima de acoso en la calle, a los 15 años viví el episodio más traumático.
Yo todas las semanas cogía el metro para ir al barrio de al lado a recibir clases de canto. La línea de metro que me llevaba hasta el sitio suele estar llenísima, prácticamente no hay espacio entre persona y persona, pero eso era algo a lo que yo ya estaba acostumbrada. Un día, en uno de mis rutinarios trayectos, en el que el vagón iba completamente lleno, sentí como un roce intencionado en la zona de mi bragueta.
Me aparté como pude porque estaba muy asustada y el metro estaba, como he dicho antes, abarrotado. Cuando me fijé en quién tenía delante, resultó ser un hombre de unos 50 años que me estaba mirando. Sentí tanta vergüenza que no supe reaccionar. Me callé y horrorizada seguí con mi rutina.
A día de hoy, todavía recuerdo aquella escena y me pregunto por qué no hice nada. Me he dado cuenta de que llevo todo este tiempo culpabilizándome por quedarme callada, pero también entiendo a aquella niña de 15 años que en aquel momento se quedó paralizada y pensó que nadie le apoyaría. También me pregunto: ¿Por qué tengo yo la culpa por quedarme callada?
La culpa nunca va a ser de las víctimas. Hay que dejar de vender el discurso de “tienes que denunciar, porque es la única solución” o el “no te puedes quedar callada ante una cosa así”. No está bien seguir poniendo la responsabilidad de un problema social como es el acoso callejero en la víctima, la responsabilidad la tienen las instituciones, que han de invertir más en educación para que se deje de normalizar el machismo que está tan presente en nuestra sociedad.