Me llamo Pablo y quizá el problema que me ha traído hasta aquí ha sido el de nacer en el año 1977. Por aquella época la nefrología era una disciplina poco desarrollada y lo que, de haber nacido en la actualidad, para mi podía haber sido un problema menor, se convirtió en una cuestión de vida o muerte.

Nací con reflujo vesicouretal, lo que hacía que mi orina corriera en sentido contrario, es decir, en vez de ir de los riñones a la vejiga, esta iba al revés. Tuve la gran suerte de que mi padre fuera médico. Al darme un biberón de agua notó que algo en mí no funcionaba correctamente.

Por eso me llevó a Barcelona, donde un reconocido médico, sin tapujos, le dijo a mi padre que iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos, pero que la triste realidad es que su hijo se moría. Gracias a su tremenda labor, 43 años después, sigo aquí. 

Ahora, tras numerosas operaciones, 3 trasplantes de riñón y un continuo tratamiento, no puedo parar de reflexionar sobre la suerte que he tenido, y lo ligada que esta mi suerte al altruismo y generosidad de la gente. Si no hubiera sido por aquellos donantes, para mí anónimos pero que cuentan con toda mi gratitud, yo no seguiría en este mundo. 

Rara vez somos conscientes del gran gesto de altruismo que supone el hecho de donar una parte de tu cuerpo para alargar o, incluso, salvar la vida de otra persona. Los donantes son los verdaderos héroes de nuestro día. Son los que hacen posible que muchas personas puedan seguir sonriendo.

Necesitamos más personas cómo ellos. Por eso pido que se destinen más recursos a concienciar sobre la necesidad de la donación de órganos para poder salvar vidas. Si viéramos que todos somos una pieza fundamental en este juego, todos podríamos ser héroes.