Pregunta para Parlamento de las Islas Baleares

Soy Tania, tengo una pierna amputada y soy feliz. Pero la seguridad social abandonó mi caso obligándome a acudir a profesionales privados fuera de mi hogar. Si en Baleares no se podía hacer nada, ¿por qué no fui derivada a la península?

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Tania Méndez Pregunta de Tania Méndez

La vida es una evolución continua, y la mía, hace 4 años, dio un giro totalmente inesperado transformándome en la mujer que soy a día de hoy. Más segura de mi misma, de mi criterio, feliz, una disfrutona de la vida que asume, acepta y quiere a su cuerpo mucho más que la Tania de dos piernas con complejos e inseguridades. Esa que sufrió para convertirse en la persona que soy a día, una ilusionada que avanza con cada progreso conseguido.

Mi historia comenzó con una caída de 2 metros de altura desde el tejado. Me cargué la rodilla y me rompí numerosos tejidos blandos que no se veían en la radiografía que me hicieron. Sin huesos rotos, no parecía nada grave, pero el dolor se intensificaba, no tenía ninguna estabilidad y a partir de ahí, comenzó el periplo de traumatólogos durante 6 meses en plena pandemia COVID.

Uno me ponía una escayola, otro me la quitaba, cada uno tenía su opinión, y ya por desesperación, acudí a un profesional privado que me dijo: “En Ibiza no se tienen los recursos ni los medios necesarios para tratar tu lesión” y me mencionó la posibilidad de acudir a Barcelona. La sorpresa fue cuando ese mismo doctor, ejerciendo en la sanidad pública, me dijo que lo mejor era operarme de un ligamento, uno, y que no me recomendaba para nada irme fuera, por lo que me puso en lista de espera. 

Es decir, la sanidad en la que confiaba mi salud, que sabía que tenía múltiples roturas por una resonancia magnética que pagué de mi bolsillo, me dejaba abandonada con dolores y con una rigidez articular provocada por la mala praxis de quitarme la escayola, y colocarme una rodillera que no era adecuada para mi lesión.

Y por ello lanzo esta petición. Si los ciudadanos confiamos nuestra salud, nuestra vida, a la sanidad. El marearnos durante meses para que la solución sea, `no podemos hacer nada por ti´ y no se impliquen en ayudarnos o realizar una derivación a la península, genera en el paciente un daño mental y emocional tan potente, que unido al físico acaba por destruirte. ¿Dónde queda el apoyo, el acompañamiento y la humanidad de los médicos, cuando se necesita? 

Así, y tras esa condena, me vi obligada a buscar una solución fuera de mi hogar. Dejando a mi hija y a mi pareja en la isla para hacer un gasto de mis recursos económicos totalmente injustificado.

Acudí a Madrid, a una clínica especializada en lesiones complicadas de rodilla, y comencé a tratarme allí con el Dr. Sanz. Explicarle el dolor a un médico es muy complicado cuando ellos no lo ven, pero yo necesitaba confiar en un profesional que me ayudase, y ahora con el paso del tiempo… sé que acerté. 

En la primera cirugía a la que me sometí, se intervino el menisco y me retiraron las fibras adheridas que impedían el movimiento de la articulación (artrolisis). Tras una dolorosa rehabilitación, que no era normal, conseguí llegar a flexionar la pierna 90 grados para la siguiente operación. Pero algo no iba bien, tuvieron que realizarme una nueva artrolisis, más rehabilitación, y el dolor nos disminuía, sino que aumentaba hasta el punto de no poder rozarme ni la pierna. El ducharme, el vestirme… un simple roce era una tortura, podía llegar a dormir solo dos horas en todo el día, y ello provocaba que no quisiese salir de casa. 

Tercera artrolisis, más rehabilitación, medicamentos para frenar el dolor y morfina que no me llegaba hacer efecto. En la clínica también acudí a la unidad del dolor para probar a bloquear los nervios y conseguir la ansiada movilidad, pero nada funcionó, no era normal, mi caso no estaba en los libros y el hecho de haberme sometido hasta 5 artrolisis… solo podía ampararse en que mi cuerpo había algo genético que no podía controlar. En el momento que mi pierna comenzó a cambiar de tonalidad y temperatura, fue más que evidente que además tenía también la enfermedad de Sudeck. Un síndrome de dolor regional complejo, que intensificó la rigidez articular genética que tenía hasta el tobillo y los dedos de los pies. 

A partir de aquí el doctor fue claro conmigo, mi pierna no podría volver a recuperar su movilidad. Sus conocimientos llegaban hasta aquí pero existía una posible opción, la de la amputación. No, no podía ser cierto, había luchado como una jabata en las rehabilitaciones, y me negaba a pensar que la única alternativa viable era esa. Tenía que agotar todas las posibilidades, y busqué una clínica especializada en Sudeck.

También en Madrid, contacté con este equipo que me dio un halo de esperanza para poder tratarme el dolor. Pero esta esperanza se fue desvaneciendo con el tiempo… Los porcentajes de éxito que me daban iban descendiendo, yo no mejoraba, la medicación para combatir el dolor me anulaba por completo, me impedía recordar determinados momentos, adelgacé 20 kilos, y mi mundo ya solo giraba en torno a un miembro que estaba deteriorado y sin musculatura. Tras año y medio, el equipo me comunicó que no podían hacer nada por mí. Y la idea que llevaba tanto tiempo rondando mi cabeza estaba más clara que nunca, iba a optar por la alternativa de la amputación, la única que me daba la oportunidad de tener una vida digna. 

En ese periodo, mi parte emocional estaba destruida, me sentía culpable por dejar a mi hija largas estancias por los viajes que hacía. Un 75% de mi cuerpo me pedía vivir, y la pierna que arrastraba solo me hacía sufrir. La situación era para querer quitarse del medio… hasta que fui consciente de mis circunstancias, aquello solo podía empeorar, y el preocuparse porque faltase una pierna si con ello iba a mejorar, iba a dejar de ser lo menos importante. 

Tenía las ideas muy claras, fui muy realista sopesando todas las circunstancias posibles, tanto buenas como malas, y se lo hice saber a mi cirujano, el Dr. Sanz, quien acabó por hacerme fácil el resto del camino. “Lo peor ya lo has pasado, te apoyo, vamos a estudiar la cirugía y te voy a organizar el mejor equipo médico para realizarlo”. Y así fue, dos meses de preparación de la intervención con un equipo de 30 personas que escuchó mis expectativas, me hizo partícipe del proceso, me dio seguridad, esperanza, e hizo que entrase al quirófano tranquila con un palpito muy fuerte de que todo saldría bien. 

Y se consiguió. Me envolvieron el muñón con el cuádriceps, para poder tener musculatura y con ello la posibilidad de llevar prótesis. Aún con grandes molestias después de la intervención, ese sufrid dolor desgarrador que llevaba años padeciendo desapareció. Y a los pocos días me presenté en la fiesta del colegio de mi hija con mi nueva versión. Tenía mucho miedo de ese primer momento en público amputada, y sin embargo ¡rompí el hielo a lo grande! 

Estoy amputada desde hace 7 meses, y cada vez que me miro al espejo soy feliz, estoy pletórica. Me encanta mi nuevo cuerpo y no tengo vergüenza en enseñarlo porque me veo como siempre. Hago lo que hacía antes según voy pudiendo y sin prisa. Tengo una vida súper normal: Conduzco, tengo mis rutinas, y sigo trabajando para mi cuerpo integre la prótesis. Más cuando los propios profesionales tenían muy pocas esperanzas en que lo conseguiría, y siendo constante, llevo ya 3 meses con ella superando sus expectativas.

Con todo ello, no, no soy admirable, no quiero dar pena, ni escuchar comentarios que denotan la falta de empatía y sensibilidad que se tiene ante los cuerpos no normativos, cuando claramente no todos somos iguales.

A mí la vida me rompió, tuve la oportunidad de seguir adelante, y no es una decisión que recuerde como algo negativo o que sirva de ejemplo para nadie. Fui yo con mis circunstancias, en las que tuve el apoyo incondicional de mis dos personas favoritas: Carla y Juanmi, quienes no me sueltan la mano, y orgullosos de mí, viven conmigo la ilusión de cada reto conseguido de toda una vida que nos queda disfrutar por delante.

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