En 2006, cuando tenía 26 años, empecé a mostrar episodios de malestar relacionados con la tripa. Me dolía la boca del estómago. Estuve mucho tiempo acudiendo al médico de manera intermitente. Allí, me hacían analíticas, me quitaban el dolor y me diagnosticaban patologías leves y convencionales. Consideraban que como era joven, no padecía nada grave.

Después de cuatro años, en 2010, mi madre falleció y me empezaron a hacer pruebas más concretas. Cuando me derivaron por primera vez con el digestólogo, consideraron practicarme una gastroscopia. Fue entonces cuando me diagnosticaron un cáncer de estómago en estado avanzado.

Después de una semana de recibir el diagnóstico me intervinieron quirúrgicamente; me practicaron una gastrectomía total, así que salí limpia de enfermedad de la operación. A posteriori, tuvieron que darme unas cuantas sesiones de quimioterapia y después radioterapia a modo preventivo. Una vez hecho, me he sometido, hasta día de hoy, a revisiones rutinarias de control.

Los tratamientos para curar el cáncer que padecía me afectaron mucho físicamente, pero lo que realmente vi más alterado fue el hecho de comer. Tenía problemas para hacerlo, ya que de repente, mis hábitos alimenticios tenían que cambiar por completo, puesto que mi cuerpo no toleraba muchas cosas. En este sentido, me vi un poco abandonada. Considero que cualquier paciente a quien tienen que practicar una gastrectomía total, debe de recibir el acompañamiento y un control más personalizado de un endocrino en relación con los hábitos alimenticios. Es por esto por lo que me dirijo a los políticos de las Cortes Valencianas, ya que son quienes me representan, para que me respondan a la pregunta concreta: ¿Por qué no se establece como protocolo derivar a los pacientes con mi misma patología con el endocrino después de la enfermedad?

También quiero plantear a las instituciones el hecho de que considero primordial que se revisen las ayudas económicas disponibles para los pacientes oncológicos con el fin de garantizar que nos podamos sostener. Yo no puedo trabajar, aunque lo he intentado. Como tenemos una minusvalía que muchas veces nos vemos obligados a justificar, no nos contratan. A mí, con 31 años se me paró la vida tal y como la conocía hasta entonces. Finalmente, quiero reconocer el trabajo que hicieron conmigo todos los médicos que me trataron y que siguen con mi proceso: cirujanos, endocrinos y oncólogos y también quiero dedicar un agradecimiento inmenso a toda mi familia, que no se ha separado de mi lado.