Pregunta para Congreso de los diputados
Me llamo Estela y he sufrido violencia obstétrica. ¡Las mujeres embarazadas necesitamos que se nos garantice un trato respetuoso y delicado durante nuestro parto y que haya protocolos específicos en los casos de urgencia!
Hola. Me llamo Estela Cuadrado y he sufrido violencia obstétrica.
Yo me quedé embarazada, pero hace 5 meses –durante el embarazo- empecé a encontrarme mal, llevaba semanas en las que sentía que iba perdiendo líquido. Al principio, el médico me hizo creer que, como yo tengo sobrepeso, mi bebé estaba creciendo y, por consiguiente, yo tenía que orinar en muchas ocasiones.
Fui al médico, pero no me hicieron ninguna prueba. Directamente me dijeron que tenía gastroenteritis. Ante esto, les dije que miraran mi historial porque mis hijas –soy madre de 3 niñas- habían sido prematuras. Lo único que me dijeron fue: “Estás gorda, todo está bien”.
Seguí acudiendo al médico y un día sí decidieron hacerme unas pruebas. Me llevaron a un box donde había mucha gente. Me dejaron allí muchas horas con un dolor extremo y yo, como en mis otras partos, sentía que tenía ganas de defecar y vomitar -malestar en general-. Yo les decía que tenía un dolor interno muy grande y que creía que podía estar afectando al bebé, pero no me hicieron caso y solo me decían que descansara.
Recuerdo que ese día había un partido Madrid CF- FC Barcelona y allí corrían las apuestas entre ellos, pero nadie me hacía caso, aunque yo sabía que mis dolores no eran normales. De hecho, ese día me dijeron que estaba perfecta y que me daban el alta para que me fuera a casa, que me lo “tomara con calma porque me quedaba la mitad del embarazo”.
Llegué a mi casa y me acosté, pero al día siguiente, a las 4 de la mañana, me levanté a orinar y sentí que expulsaba algo. Era un tapón de mucosa, por lo que, cuando me puse de pie, rompí aguas. Llamé a mi marido corriendo y nos fuimos al hospital sin entender nada porque el día anterior nos había dicho que yo estaba “supuestamente perfecta”.
Entré al hospital y pensaba que me iban a ayudar urgentemente y a acompañar en ese proceso, pero no tuvieron ninguna empatía conmigo. Lo primero que me dijeron fue que mi hijo no tenía nada de líquido y que era cuestión de horas que falleciera. Las palabras exactas fueron: “Va a nacer muerto”. Yo repliqué y la respuesta fue: “Dios lo ha querido así”. Fue muy duro.
Me llevaron a la planta donde dan a luz todas las madres, pero yo les dije que iba a parir a mi hijo fallecido y que me negaba a escuchar como otros bebés lloraban. Ante esto, nuevamente no tuvieron ninguna comprensión porque me dijeron que “eso no era cosa de ellos”.
Al final conseguimos que me llevaran a otra planta, pero allí empecé a encontrarme mal de nuevo y les avisé. Me dijeron que no pasaba nada, que el efecto de las pastillas duraba y que “mi feto estaba muerto”. ¡Joder, no me lo digáis más, ya sé como va a nacer mi hijo! Fue todo surrealista.
Posteriormente intentaron que yo misma me metiera unas pastillas lo más profundo que pudiera para provocarme las contracciones. Yo estaba “muerta en vida” y no era capaz de nada, aunque, eso sí, tenía mucha ira interna por ver cómo me estaban tratando desde el primer momento. Además, la ginecóloga que me vio en ese momento me dijo chillándome que “ese proceso iba a durar días”.
Al rato estábamos mi marido y yo solos en la habitación, cuando, de repente, me dio un golpe de tos y, por consiguiente, di a luz sola. MI marido dijo: “El bebé ya ha nacido”. Levanté la sábana y ahí estaba mi bebé.
Llegaron 2 enfermeras y una de ellas, al ver todo, se desmayó. Fue una imagen impactante el verme llena de sangre y mi criatura atada a mí con el cordón umbilical. Incluso, yo misma les tuve que decir a las enfermeras que se tranquilizaran y me ayudaran porque estaba “segura de que me iba a morir”.
Me llevaron al paritorio y allí vieron que la placenta estaba muy pegada a mí. Mientras esperaba a que me pusieran la epidural, unas enfermeras, colocándome una goma del pelo, me llegaron a arrancar el propio pelo, no tuvieron ninguna delicadeza. Menos mal que había un anestesista que les dijo que parasen porque eso no debían hacerlo, a lo que una de ellas respondió: “Bueno, si hacemos las cosas, las hacemos bien”. No era necesario.
Después, me sujetaron por las muñecas y me hincaron los codos. Una de las doctoras se puso un guante que ocupaba medio brazo y metió la mano por mi vagina. Yo sentía como me pegaba pellizcos por dentro para sacarme la placenta. La tensión iba subiendo y el dolor era horrible, sentir que te están metiendo la mano por dentro y te van sacando trozos. Estuve así durante 35 minutos y yo chillaba y suplicaba que me metieran a quirófano para que me limpiaran.
Cuando terminó todo este infierno, me dejaron conocer a mi hijo. Le eché fotos, le besé y fin. Al día siguiente, sin ninguna revisión, me mandaron a casa. Fue todo horrible y no tuve en ningún momento acompañamiento psicológico. Fue brutal.
Me han quitado todo. No es que haya perdido a mi hijo solamente, es que yo siento que me han ultrajado muchísimo. Me han provocado un daño inmoral innecesario que tengo que superar junto a la muerte de mi hijo.
Por todo lo plasmado, lanzo la siguiente petición al Congreso de los Diputados para que haya más visibilidad para la violencia obstétrica.
De igual forma, se debe enfatizar en los diagnósticos para que se puedan intentar solventar las diferentes patologías y se consiga salvar la vida del afectado o mejorar su calidad de vida.
Necesitamos que haya mucha más formación por parte de los profesionales sanitarios que acompañan a las mujeres a dar a luz, así como empatía y comprensión. Es un momento muy importante y duro para la mujer y, por eso, se necesita que las capacidades de los que están atendiendo en ese momento mejoren para que a la madre y al bebé no le falte de nada, y sea un momento mágico y no tan oscuro como en mi caso.
Hay que tener en cuenta que ver a tu hijo morir es lo peor que te puede pasar. Queremos que a las madres que damos a luz se nos trate con delicadeza y haya un apoyo específico moral para nosotras. Que haya un protocolo respetuoso y eficaz para sentirnos cómodas en ese momento.
Por último, y muy importante, queremos que se haga un seguimiento más exhaustivo a las mujeres embarazadas. Es esencial que a la madre se le vea cada semana – diez días y corroborar que todo marcha de manera positiva. Tenemos que sentirnos seguras y ver el proceso de dar a luz, como algo maravilloso. Por eso Sanidad debe enfatizar ya mucho más en nosotras.