Pregunta para Senado

La COVID persistente existe, no nos la inventamos. FIRMA para que no nos olviden, y destinen más recursos a la sanidad pública.

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Guadalupe Caulín Pregunta de Guadalupe Caulín

Me llamo Guadalupe Caulín. Soy educadora social, trabajo como docente de lengua de signos, tengo 38 años, vivo en Teruel y tengo COVID persistente.

Todo comenzó a comienzos de este año, cuando el día 4 de enero comencé a encontrarme mal. Al principio pensé que sería un constipado, pero empezaron a aparecer diversos síntomas, por lo que me hice una PCR y di positivo. Varios miembros de mi familia también se contagiaron, siendo una de ellas la que peor estuvo, puesto que terminó ingresada en la UCI. El seguimiento que hubo por parte de la sanidad pública fue bastante deficiente, de hecho, esta familiar tardaron más tiempo en ingresarla porque no se hizo un seguimiento correcto. Hubo y hay bastantes carencias a nivel sanitario. 

Pasé la COVID como una gripe mala, y cuando me recuperé pasados 12 días desde los primeros días con síntomas, empecé a sentirme nerviosa. En un primer momento pensaba que era por la situación de estar pendiente de la evolución de mis familiares, que estaba preocupada por cómo estaban pasando la COVID y que esa situación me generaba nervios. Sin embargo, los nervios no disminuían, sino al contrario, cada vez iban a más y empecé a tener más síntomas: taquicardias, fatiga, dolor muscular, ansiedad, niebla mental, pérdida de memoria, ataques de pánico. Cuando acudí a atención primaria, lo primero que me mandaron fue ansiolíticos. Con esta situación no podía trabajar por lo que tuve que darme de baja. 

Sin mejorar, en el mes de marzo, desde atención primaria, me dijeron que tenía que incorporarme ya al trabajo porque consideraban que había entrado en un bucle, que en realidad no tenía nada. Desde mi trabajo también empezaron a meterme presión para que me incorporara, porque mi contrato es por horas y no podían sustituirme. En ese momento, acudí de nuevo a mi médica de cabecera para pedir que me derivaran a salud mental. Lo hicieron de manera urgente, y, a pesar de que la primera cita fue rápida, el seguimiento posterior era cada dos meses, aproximadamente, y la pauta médica que me mandaron no me funcionó porque me producía más ansiedad e insomnio.

Me encontraba en una situación difícil de asimilar, porque no comprendía qué era es lo que me estaba pasando, y además me sentía olvidada. Tuve que acudir a la sanidad privada para encontrar una solución y que me trataran desde psicología, psiquiatría y fisioterapia. Después de probar varias terapias y tratamientos, he conseguido reducir el nivel de ansiedad y lograr que desaparezcan los ataques de pánicos. Sin embargo, el insomnio es constante y ese cansando que voy acumulando hace que un día a la semana tenga que dormir muchas horas. Es como si llegase un momento en el que mi cuerpo se apaga y no puedo más con él. La sensación es como si me hubieran caído encima 20 años de golpe. La memoria también me falla en ocasiones, se me olvidan las palabras. Los síntomas son cíclicos, sé que acabarán volviendo. 

El proceso ha sido y es duro. Me he tenido que incorporar al trabajo con estos picos de ansiedad y con insomnio. Además, es difícil acudir a atención primaria o a urgencias, ya que sigue habiendo mucho desconocimiento a nivel sanitario sobre la COVID persistente. En Aragón no tenemos ni una Unidad de COVID persistente. He tardado en que me digan un diagnóstico, y recibirlo ha sido muy complicado de asimilar, porque me estoy enfrentando a unas secuelas que ya siempre me van a acompañar. 

Pero el principal problema no es este desconocimiento y la falta de sensibilidad que he experimentado en el ámbito sanitario, sino la carencia que tenemos en nuestro Sistema Sanitario. El personal sanitario, desde que comenzó la pandemia, no ha descansado, están sometidos a condiciones precarias, doblando turnos por la falta de personal. Este estrés constante que están sufriendo, deriva en que la atención que recibimos los y las pacientes sea de menos calidad y nos veamos obligados, como es en mi caso, a acudir a la sanidad privada, a pesar de los costes económicos que supone, cuando yo, a nivel laboral, también me he visto afectada por la COVID persistente. 

Por ello es necesario que se refuerce la sanidad pública, tanto en atención primaria en COVID persistente dentro de salud mental y en crear una Unidad de COVID persistente. En Teruel, antes de la pandemia ya había carencias en el sistema sanitario, y la pandemia las ha evidenciado e incrementado. 

He visto cómo mi vida ha cambiado, y estoy en un proceso de aceptación. Para procesar todo lo vivido en estos meses, a modo de autoterapia, he escrito un poemario intimista, reflexivo e introspectivo que se llama Somos olvido, con el fin de mostrar parte de las secuelas de la COVID. El olvido se cuela entre los versos y las palabras de cada poema para reivindicar la visibilidad de una de las consecuencias más duras de la COVID: la COVID persistente. El poemario comienza rompiendo con un silencio actual en torno a las secuelas del virus, al olvido de las personas que lo sufrimos con un carácter más negativo, y termina desde la positividad. Una llamada a la resistencia. 

Por todo ello, por toda mi experiencia personal, me dirijo a nuestra clase política para pedir que haya más refuerzos en atención primaria, y exigir que haya una Unidad de COVID persistente en los centros sanitarios de todas las comunidades autónomas. Es importante que se haga una verdadera formación de COVID persistente en todo el personal sanitario, más allá de la actual guía que existe. Un papel no es suficiente, hay que formar para que todo el personal sanitario tenga conciencia, conocimiento y sepa qué es la COVID persistente. De esta manera conseguiremos que no nos olviden, que se nos tengan en cuenta para evitar comentarios y estigmas sobre ello, porque no nos la estamos inventando. La COVID persistente existe. 

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