Pregunta para Congreso de los diputados
Muchas mujeres hemos sufrido violencia obstétrica en las salas de parto y la solución no es despreciar. ¡Necesitamos que haya un protocolo efectivo y respetuoso para que ninguna mujer se sienta denigrada dando a luz!
Hola. Me llamo Karla Lázaro y he sufrido violencia obstétrica.
El 10 de febrero de 2011, con 21 años que tenía en ese momento, ingresé en un hospital de Hospitalet de Llobregat. Me supervisaron entre todas las enfermeras y comadronas, pero una de ellas decidió que debía volver a casa porque todavía no tenía que dar a luz por, supuestamente, la baja dilatación que tenía.
Sus reproches me sentaron muy mal porque debido a que en aquel momento era madre primeriza, ella daba a entender que yo estaba exagerando por estar asustada, que no debía acudir a urgencias porque esto era algo ‘normal’, además de otras actitudes negativas muy similares a esto.
Pasó una hora aproximadamente cuando, de repente, me ve otra sanitaria y me dice que me llevan ya a la habitación porque ya estaba dilatando –se me vinieron a la mente las imágenes de la mujer y sus llamadas de atención por no tener que estar ahí-.
Una cosa muy importante que debemos entender es que siendo madre primeriza todo te asusta y lo último que te va a calmar es que te reprenden y te alcen la voz, como si fuera una niña pequeña. Esto causa el efecto contrario.
La violencia obstétrica se refiere a las prácticas y conductas realizadas por profesionales de la salud a las mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio, en el ámbito público o privado, que por acción u omisión son violentas o pueden ser percibidas como violentas. Incluye actos no apropiados o no consensuados, como episiotomías sin consentimiento, intervenciones dolorosas sin anestésicos, obligar a parir en una determinada posición o proveer una medicalización excesiva, innecesaria o iatrogénica que podría generar complicaciones graves. Esta violencia también puede ser psicológica, como por ejemplo dar a la usuaria un trato infantil, paternalista, autoritario, despectivo, humillante, con insultos verbales, despersonalizado o con vejaciones.
Lo que las mujeres necesitamos en ese momento es acompañamiento emocional. Además hay que tener en cuenta que tus hormonas no ayudan a que esto sea fácil.
Yo no llegué a ‘romper aguas’, a mí me ‘rompieron aguas’ a las 11pm y pasé la noche entre contracciones y gritos. Yo intentaba calmarme, pero solo me mantenía en silencio mientras escuchaba a otras mujeres gritar –imagino que por el dolor-.
No tenía claro lo de pedir la epidural por el riesgo de quedar mal si el anestesista fallaba. Incluso, comenté mi miedo con alguna de las enfermeras que me intentaba explicar que no había tal riesgo.
En el momento en el que decidí dar el paso, entró el anestesista y una enfermera mayor. Las indicaciones fueron que por ningún motivo debía moverme mientras él introducía la aguja, pero la situación no ayudaba ya que el dolor de las contracciones no me permitía quedarme quieta. Tras sentir el pinchazo, grité de dolor, a lo que esté señor no se le ocurrió otra cosa que decirme: "Así no se puede trabajar, señora".
Y como no, la enfermera también decía: "Es que estáis muy equivocadas, que la epidural no hace daño", junto a más palabras que no recuerdo porque yo sólo lloraba como una niña pequeña a la que acababan de castigar.
Los odié, a los dos, pero no tuve el valor de decir nada, era una cría inexperta en el fondo y solo después permitieron a mi pareja entrar. Se puso nervioso, yo tenía la espalda manchada de sangre por el pinchazo y él, hecho una furia, pidió a la otra enfermera que me limpiara. Esta enfermera no tenía la culpa, pero el clima era estresante, y ella muy amable sin rechistar me limpió, así que yo solo le pedí que lo disculpase por las formas.
Casi a punto de dar a luz y, por supuesto, con dolor, decidieron llevarme a la sala de parto en la que, a petición mía, volvimos a intentar la inyección de la epidural, pero esta vez con otro anestesista -yo ya había comentado lo sucedido y no quería ver a ninguno de los dos cerca-.
De un momento a otro vi que un señor mayor se me acerco mientras yo estaba sentada, pero a los minutos se fue. Yo ni si quiera había notado la aguja, me sorprendió y le comenté a la enfermera que “así es como debían hacerse las cosas y no hacer daño como sucedió con la otra persona”.
La epidural empezaba a hacer efecto y yo estaba en la camilla. Con el personal a mi alrededor empezamos el parto, pero mi bebé no acababa de salir, así que decidieron que una de las enfermeras -para mala suerte la misma que pedí no ver- se subiera encima de mi barriga para hacer fuerza y que saliera mi bebé. Recuerdo vagamente que ella se encargaba de controlar la oxitocina y hubo algo que hizo mal por lo que recibió una leve llamada de atención.
Yo estaba haciendo lo mejor que podía, pero ni si quiera recuerdo quejarme de aquel hecho. Dijeron que mi bebé tenía una vuelta de cordón umbilical y tenían que sacarla, así que al final utilizaron fórceps, no sin antes comunicármelo.
Fui feliz cuando tuve a mi bebé en mis brazos y se sorprendieron de mi alegría, pero me habían hecho una episiotomía de muchos puntos que no me permitió sentarme durante un mes y no sé si solo fue por mi bebé o por el forceps, pero lo pasé mal.
No tenía conocimiento de que había sufrido violencia obstétrica, no sabía que se podía denunciar, ni si quiera que me escucharían, solo seguí adelante e intenté llevarlo lo mejor posible.
Por todo lo plasmado lanzo la siguiente petición al Congreso de los Diputados para que haya más visibilidad para la violencia obstétrica.
Hay muchas mujeres que pasamos miedo en nuestro primer contacto con la sala de parto y los profesionales sanitarios deben empatizar con este hecho. Se necesita mucha mayor formación psicológica por parte del propio equipo médico.
De igual forma, necesitamos que haya un protocolo efectivo y respetuoso para todas las mujeres que tienen crisis en momentos álgidos del parto. La solución no es insultar, chillar o la indiferencia, lo que habría que hacer es tener unas pautas a seguir en el caso de que la mujer tenga un ‘ataque de nervios’ o similar, para conseguir tranquilizarla sin violentarla.