Pregunta para Asamblea de Madrid
La generación No-No: Reivindicamos nuestros derechos y exigimos medidas para acabar con la precariedad laboral juvenil
Estimadas Señorías de la Asamblea de Madrid:
Nos han dicho que somos la generación a la que se le han negado las cosas. Al principio éramos ni-nis, luego sin futuro, luego los más preparados y exiliados de la historia. Y ahora, tras la pandemia y las dos crisis, hay quién, incluso, nos llama sandwich.
Sin embargo, uno de los tópicos más recurrentes que se emplean al hablar de nosotros empieza por el sujeto, por la persona: son, ellos, los y las jóvenes, sufren, padecen. A pesar de la renovación generacional que se ha producido, por ejemplo, en el ámbito de la política, seguimos siendo hablados, pensados, legislados por otros. Sabemos que sufrimos, que padecemos, que se nos niega, pero rara vez se nos da voz, o voto, o, ay, vela en nuestro entierro.
Así que, por esta vez, voy a aprovechar esta oportunidad para dirigirme a ustedes en primera persona. Sé que muchos no me sacan demasiados años y que les podría tutear. Algunos, incluso, tienen la osadía de ser más jóvenes que yo. Aprovecho para presentarme, disculpen la tardanza: soy madrileño, tengo 27 años, estudié Periodismo y Comunicación Audiovisual y estoy acabando un máster. No tengo trabajo formal, y sobrevivo gracias a parches y equilibrios raros aquí y allá. Cómo tantos otros, he pasado por más cursos que CCC y por más curros que Homer Simpson. Se podría decir que soy un topicazo, ese chaval preparado que nunca termina de arrancar en lo suyo, y al que le espera la montaña rusa de las becas, las temporalidades, las sustituciones, las reinvenciones. O la maldita aventura del exilio y la migración. O, como nueva e inesperada utopía, la plaza de funcionario.
Pero no quiero generalizar. No quiero ni puedo ni debo. Por suerte o por desgracia, ser menor de 30, o de 35, es solo una pata. No hace falta recurrir a Bourdieu para toparse con la clase, el género, los contactos, la nacionalidad o la familia. Seguro que saben, por ejemplo, que el 26% de esa rara especie llamada jóvenes emancipados, viven en casas cedidas. Es decir, fuera del precio del mercado. Y menos mal. Porque el mercado, ustedes, de momento, lo han dejado de lo más suelto. Aunque muerda.
Las palabras del presidente y otros notables agradeciendo nuestra ejemplaridad están muy bien. Sin embargo, estarían mucho mejor si se acompañaran de políticas directas y materiales que demostrasen que les preocupa que nos dejemos el lomo, la piel, las ganas y la salud mental en costearnos el techo, la luz, la compra semanal o la formación continúa. Porque, ya lo saben, es lo que hacemos. Todos los días y todos los meses.
¿Y qué necesitamos? El derecho a plantarnos, a negarnos. A decir un no rotundo, sin titubeos, temblores ni dudas. No a currar cuarenta horas. No a ganar 500 euros en negro. No a medicarnos por la ansiedad. No a vivir con miedo. No a que nos hagan creernos que no valemos para nada, que tenemos suerte, que somos de cristal y que nos quejamos por vicio. No a ser negados.
Saben, porque están bien informados, que en verano han faltado camareros. “¡Indignante!”, protestaron algunos. “¿Cómo dicen que no, con el paro que hay?”, se preguntaron otros. Nuestra presidenta, dos años antes, había pedido que no se hablara de “trabajo basura”. “Es ofensivo para el que está deseando tener uno”, alertaba. Yo les pido justo lo contrario. Les pido que llamen trabajo basura y trabajo de mierda a los trabajos que son una basura y que son una mierda. Les invito a celebrar que falten camareros si siguen cobrando dos duros por trabajar maratones. Les invito a que construyan un puente de plata a las empresas que no quieran darnos de alta en la seguridad social. Les animo, en resumen, a sumarse a nuestra lucha por el No.
Seguro que ustedes, con sus cargas familiares, facturas y obligaciones, ostentan ese derecho. Le dicen que No a cosas. ¿Se meterían a riders? ¿A teleoperadores? ¿A profesores particulares, a captadores, a cajeros de fin de semana, a becarios, a comerciales de vivienda o compro oro, a vender pases de discoteca por 40 euros los fines de semana, a profesores por 600 euros, a camareros que cotizan diez horas y hacen cincuenta? Confío en que no, y que se colocarían detrás de pancartas que podría portar hasta el presidente Biden. “¡Pay them more!”.
Estoy seguro de que se han desempeñado en alguno de estos oficios. No quiero juzgarles ni pedirles el currículo. Soy consciente de que la mayoría ha trabajado y trabaja mucho, y duro. También de que han escuchado miles de veces que acabar con la precariedad juvenil en España es un reto de Estado y de país. Por eso no voy a insistir más. Solo les propongo que, para conseguirlo, piensen ensanchar el derecho a decir que No. Ustedes ya lo tienen, ya lo dan por sentado. Pero a nosotros y nosotras, en primera persona, nos hace falta. Como el comer.
No estaría de más, de hecho, crear un carnet. Si sí, una tarjeta, un pasaporte, una acreditación plastificada. Lo enseñan y, !pam!, de golpe y porrazo pueden decir que no. ¿Trabajo de mierda? No, lo siento. ¿Ansiedad? No, muchas gracias. ¿Estar entre mal y peor? Pasando. Habría que hacerlo universal, claro, que somos muy de excluir en los derechos más básicos. Seguro que me equivoco, pero el primer paso para cambiar el futuro tal vez pase por que algunos entiendan que el que ahora nos ofrecen ahora mismo ni nos sirve ni nos renta. Que tenemos derecho a decir que no. No y no. Ni millenials, ni Z, ni cillenials. Ni sandwich, ni preparados, ni ni-nis. Los no-nos. Gracias por su atención.
¡Firma por los derechos laborales de los y las jóvenes!