El bullying que sufrí llegó incluso a amenazas de muerte a través de Facebook. ¿Cuándo habrá un acompañamiento y una protección real hacia las víctimas de acoso escolar?

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Me llamo Tania, soy de un pueblo de la Costa Brava y tengo 24 años. Hace poco compartí en mi Instagram mi historia sobre el bullying y el trastorno de la conducta alimentaria que sufrí como consecuencia, y hoy me gustaría compartirlo también por aquí.

Toda mi vida había ido a un colegio público hasta Primaria. Cuando llegamos a la ESO todos mis amigos se fueron a un instituto público, pero mis padres quisieron llevarme a uno concertado, precisamente porque querían más seguridad, cuando fue justamente todo lo contrario. Ya de por sí, no fue fácil empezar la Secundaria sin conocer a nadie. Además, el ambiente era muy diferente del que estaba acostumbrada: las chicas iban muy arregladas, maquilladas…

Había una chica que era la que estaba más desarrollada, digamos la que tenía mejor cuerpo, la típica que gustaba a todos los chicos y la más popular. Un día, vino a meterse conmigo, cuando yo no había hecho absolutamente nada, es más, era una niña que no buscaba problemas y que iba totalmente a mi bola.

Como decía, al ser tan popular, todo el mundo se puso de su parte y en mi contra. Me acorralaron y me dieron empujones e incluso algún bofetón. Vino un profesor a separarme del grupo, pero no les dijo nada. En el momento, estaba tan en shock por lo que había pasado, aparte de que tengo problemas en el corazón, que empecé a tener taquicardia.

El shock duró días, necesitaba asimilar lo que había ocurrido. Estuve unos 10-15 días sin ir al colegio. De hecho, estaba tan asustada que tuve que irme a otro pueblo con mis abuelos. Esos días estuve sin ganas de nada, ni siquiera quería comer. Sin darme cuenta, estaba empezando a entrar en un trastorno de la conducta alimentaria (TCA).

Tenía mucho miedo de volver al colegio y volver a pasar por lo mismo. Además, el acoso había traspasado los muros a través de las redes sociales, llegando a recibir amenazas de muerte por Facebook. Mis padres quisieron poner denuncia, pero al ser menores de 16 años no podían hacer nada. Lo único que me ofrecieron fue un policía que pasaba por delante del centro al terminar la clase, para asegurarse de que estuviera todo bien.

El centro no nos lo puso nada fácil. Había una psicóloga que me atendió alguna vez, pero lo único que hacía era preguntarme sobre los problemas que tenía en casa, cuando era evidente que los problemas los tenía en el colegio. Además, mis padres pidieron trasladarme al instituto público, pero no nos dejaron hacerlo por estar a mitad de curso.

Curiosamente, cuando volví al instituto, la gente empezó a decirme que me había adelgazado mucho, como un halago, y empezó a hablarme y a tratarme bien. Fue aquí donde cambié el chip y adopté la mentalidad de “cuanto más delgada esté, mejor me irán las cosas”. Con el tiempo, y a raíz de todo el acoso sufrido, acabé teniendo bulimia durante años. 

Con todo esto quiero reflejar las consecuencias que puede tener el acoso escolar y el ciberacoso, por desgracia, algunas veces irreversibles. Por eso creo que se deberían tomar más medidas para proteger y acompañar a las víctimas. En mi caso, habría agradecido tener unos días de transición y preparación para volver al instituto, ya que estaba verdaderamente asustada. También se necesitan más charlas y talleres que puedan ayudar a las víctimas de forma anónima, para que así no se sienta expuesta.

Espero que mi historia pueda servir para ayudar a otras chicas que puedan haber pasado por lo mismo y para evitar que no le vuelva a ocurrir a nadie más. 

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