Pregunta para Asamblea de Madrid
El sistema educativo y la sociedad deben conocer el TDAH para no juzgar sin saber. ¿Qué recursos existen en los centros para que los menores con este trastorno no sufran fracaso escolar y bullying?
Álvaro va a cumplir 9 años, es un chico con una gran fuerza de voluntad, muy emocional, y con una energía que pasa de 0 a 100 tan rápidamente que puede llegar a abrumar. “Este niño no es normal”, es una frase que siempre le ha acompañado tanto para bien como para mal, porque su comportamiento crea muchos estigmas, y la realidad, es que es propio de una afección todavía muy invisible en la sociedad: Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
“No para”, “no se está quieto”, “es agresivo”, “desobediente”, “un niño problemático”, “malo”, “malcriado”, son muchas las etiquetas que estuve a punto de creerme como madre porque nadie en la seguridad social supo explicarme que tenía mi hijo. Si no se tienen casos cercanos, no se conoce, y esta falta de información provoca rechazo y discriminación.
El TDAH hace que Álvaro sea más inquieto, olvidadizo, y que le cueste mucho más concentrarse, por ello se ve obligado a trabajar el triple que sus compañeros, más clases particulares y terapias que le ayudan a mitigar las consecuencias negativas y síntomas que provoca el déficit de atención e hiperactividad.
Es todo un luchador, y de momento tenemos la oportunidad de poder ayudarle con los recursos que sean necesarios, pero es discriminatorio que la calidad de vida de estos niños dependa solo de la economía familiar, porque la seguridad social se desentiende de ellos. Es por ello que realizo esta petición, para que los niños con TDAH tengan un diagnóstico precoz y ayuda psicológica en la sanidad pública, así como apoyos escolares y formación al profesorado para que sepan cómo detectar los casos e interactuar con ellos.
Mi hijo desde que nació era muy inquieto, en los brazos se movía como una culebrilla y en la escuela era un niño muy hiperactivo, pero su ritmo académico era normal.
Tenía muchos impulsos, que se confundían con agresividad y eso nos trajo muchos problemas con otros padres. Yo misma veía cosas que hacía que no eran normales, y como me parecía muy desobediente, quise buscar ayuda y acudí a la pediatra que nos derivó al psicólogo. ¡Le daban 1 sesión cada dos meses! Y eso, si no nos cambiaban la cita para retrasarla un mes más. ¿Cómo se podía así hacer un seguimiento de calidad? Acabamos acudiendo a un profesional privado… y no hubo ningún cambio.
Finalmente desistí, tiré la toalla, y empecé a convencerme a mí misma de que mi hijo era así, muy inquieto, y no podía hacer nada por ayudarle a pesar del rechazo social que le provocaba su manera de ser.
Hasta que llegó a primero de primaria y vi que no sabía leer, escribir ni hacer cuentas básicas, como otros niños de mi entorno. Consulté con la tutora, y me comentó que Álvaro iba bien, que estaba dentro del nivel y eso se refleja en las notas que sacaba con 8 y 9.
Llegó el confinamiento, y a la hora de hacer los deberes era imposible que consiguiera concentrarse. Escribía una letra y se perdía con la mirada, mantenía una visión opaca, comenzaba a jugar con sus manos como si de dinosauros se tratasen… - “¡Álvaro! - ¿Qué? –Que estamos escribiendo” y la siguiente letra la ponía en la esquina del folio y no a continuación de la primera letra. ¿Cómo podía sacar un notable sino sabía escribir una palabra? No entendía ese déficit de atención, esa facilidad para distraerse. Estaba angustiada porque seguía sin saber cómo ayudarle.
Y ante esa incomprensión de notas con su nivel, le cambié de centro escolar al comenzar el nuevo curso. A los 15 días recibí la llamada de la nueva tutora, quería hablar conmigo y fue la persona que consiguió orientarme para ayudar a mi hijo. “Álvaro tiene un fracaso escolar tremendo. No lee, no escribe, no sabe sumar, las horas, nada de inglés nada… y por su comportamiento, su inquietud, sus distracciones, puede que tenga un trastorno” y me aconsejó acudir un centro especial para hacerle pruebas que confirmaran su sospecha.
Así fue, positivo en TDAH. Desde ese momento nos pusimos las pilas, porque por fin entendía a mi hijo y sabía cómo ayudarle. Comenzó a realizar terapia, su tutora, la psicóloga y yo, con convertimos en un equipo, un triángulo en el que fluía la comunicación y entre todas y el trabajo que realizaba Álvaro, ha conseguido convertirse en una persona totalmente diferente, avanzando en los estudios y sacando de nota 7 reales.
Lo que la seguridad social no fue capaz de detectar, lo consiguió una educadora por su interés en querer ayudar a su alumno, en comprenderle, sin rechazos y motivándole. Por ello les estoy sumamente agradecida a sus profesoras de segundo y de tercero de primaria, porque siempre han estado disponibles para lo que hiciera falta y han tenido interés en saber cómo gestionar los comportamientos del TDAH.
Ellas han sabido entender que Álvaro no puede estar quieto y le han ayudado a canalizar esa energía de forma controlada mandándole tareas. Pero no es su obligación como profesoras, y por ello los niños con TDAH necesitan de personal de apoyo para poder guiarles en su formación educativa, para saber cómo actuar con ellos, que les bajen de su abstracción y sean un alumno más de la clase, porque este es otro de los problemas sociales, la percepción negativa que tienen los compañeros de este trastorno. Si desde la infancia no se enseña a visibilizar la diversidad, estaremos formando a adultos en la discriminación social, y esto en jóvenes se traduce en bullying.
Por ello el sistema educativo necesita de recursos para tratar el TDAH. No puede recaer todo el peso de la formación en refuerzos extraescolares, porque no todas las familias se pueden permitirse costear terapias y profesionales particulares. Y es muy triste porque lo necesitan, no son tontos, de hecho, pueden ser muy inteligentes aunque les cueste más, y con su trabajo y las herramientas necesarias se les puede dar un buen futuro.
Hiperactivas, estresantes, sí, no paran de hablar, pero las familias también trabajamos para que ellos mismos se entiendan y puedan autogestionarse. “¿Mamá por qué no me da tiempo a hacer los ejercicios en clase como los demás? Porque necesitas a alguien que te bajes de las nubes” le respondo yo con una gran sonrisa.
Ellos se esfuerzan, maduran, por eso debemos ayudarles a que la complicación que les supone la parte educativa y social, no les generé frustración y soledad, porque la falta de entendimiento del TDAH en la sociedad no debe ser motivo para condicionar su actual y futura calidad de vida.