Pregunta para Parlamento de Catalunya

Un linfoma de Hodgkin y dos trasplantes después, puedo decir que estoy volviendo a mi vida normal. Por mí, y por todos los que tendrán que pasar por ello: ¿Cuándo se destinarán los recursos necesarios a la investigación contra el cáncer?

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Me llamo Andrea, tengo 31 años y soy de Barcelona. Tenía 28 años cuando acababa de emprender un nuevo camino. Dejé mi ciudad natal para emigrar a Israel con mi pareja, e iniciar allí una nueva vida. Meses de nervios, cansancio y la emoción de un giro vital así… No podía imaginarme que la agudización de aquel cansancio se debiera a una grave enfermedad. Pero así fue. En 2017 me diagnosticaron un linfoma de Hodgkin en estadio 2, y entonces me vi obligada a dejar la nueva vida que había decidido emprender para dedicarme en exclusiva a mi salud, en mi ciudad y junto a familia. 

Así inició mi andadura con el cáncer. El primer planteamiento fue bien, pues la enfermedad presentaba un pronóstico favorable, el tratamiento fue sencillo y mi actitud fue optimista. Además, mi cuerpo siempre reaccionó bastante bien a la quimioterapia. Aunque he de admitir que, desde aquí, el consejo que daría a cualquier persona que tenga que enfrentarse a una quimio es que prepare su cuerpo. Creo que la buena alimentación me allanó el camino. Cogí peso antes del tratamiento y mi cuerpo lo agradeció, además de una muy buena alimentación entre sesiones. 

Como os comentaba, tras cuatro ciclos de quimioterapia, un pet-tac confirmó que la enfermedad había remitido: estaba curada. Me dieron el alta y tan solo me emplazaron a revisiones periódicas. Pero meses después, en noviembre de 2018, empecé a notar que estaba de nuevo enferma. Quizá ya lo habréis escuchado antes, pero los enfermos sabemos a ciencia cierta cuándo estamos enfermos. Nuestro cuerpo lo sabe. Y el cansancio, los picores u otros síntomas que pude confundir la primera vez, no me pasaron desapercibidos una segunda. Así se lo comuniqué a mi hematóloga: “creo que estoy enferma otra vez. Y efectivamente, así era. 

Esta vez tendría que seguir un tratamiento algo más agresivo para someterme después a un autotrasplante de médula ósea. Fue duro, como también lo fue la recaída posterior. Las células cancerosas se habían reproducido, seguramente antes del trasplante, por lo que el camino no terminaba ahí. Volvía a estar enferma, por lo que la solución era someterme a un nuevo trasplante de médula, esta vez de un donante, que fue mi hermana. El 6 mayo de 2020, con la pandemia en pleno auge, yo ingresaba para aquel duro proceso. Estuve un mes completamente sola y aislada, hasta que pude salir del hospital. Ingresé varias veces por efectos colaterales o infecciones, pero meses después todo empezaba a cobrar sentido. A día de hoy, casi un año después del trasplante, y 3 años después del primer diagnóstico, puedo decir que estoy bien. Mi vida está volviendo en sí. 

Cuando el cáncer llama a tu puerta, tu vida se tambalea, sientes que todo explota a tu alrededor. El futuro es incertidumbre, la enfermedad se hace pesada y lidiar con una situación se vuelve complejo. Yo dejé a mi pareja en Israel y 3 años después seguimos remando a contracorriente pero con la ilusión y la esperanza del momento que va a llegar en pocas semanas: reecontrarnos y retomar el proyecto que iniciamos juntos. 

¿Por qué os cuento todo esto? Para enviaros un mensaje. En primer lugar, a todas las personas que, como yo, tengan que pasar por un proceso similar, para que sepáis que es duro, pero hay luz al final del túnel. Y en segundo lugar, para el resto de personas que lo ven desde fuera, para que no olviden que la concienciación, la visibilización y la investigación contra esta enfermedad debe ser una realidad y un objetivo perseguido por todos, de forma común. 

Por eso desde aquí quiero dirigirme también a nuestros representantes políticos en el Parlament de Catalunya, porque cuando una persona tiene que convivir durante años con la enfermedad, el camino se vuelve arduo, y entonces, cualquier facilidad se agradece. La pandemia ha traído consigo la soledad y el miedo para los pacientes oncológicos, pero además muchas veces tenemos lidiar con cuestiones tan aparentemente insignificantes como una televisión de pago, una planta de hospital sin WiFi, o un parking que nuestros acompañantes tienen que pagar cada día. ¿Sabéis lo que pueden repercutir estos pequeños detalles en un paciente que lleva meses entre las paredes de un hospital? 

Y también me dirijo a ustedes para que sean conscientes de lo crucial que es contar con oportunidades y opciones cuando la enfermedad regresa, como regresó a mi cuerpo en dos ocasiones. Por ello, la investigación es vida, y la inversión en Sanidad es futuro. ¿Cuándo se destinarán los recursos necesarios a la investigación contra el cáncer?

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