Pregunta para Cortes de Castilla y León
Padezco dolor crónico y desde hace ocho años, no puedo mantener una calidad de vida aceptable, con todo lo que conlleva en el ámbito personal pero también laboral. Estoy muy limitado, pero el dolor no es visible. ¡Necesitamos acompañamiento y recursos!
Me llamo Arturo y vivo en Valladolid. Hace muchos años he hice daño en la espalda. Entonces, me encontraba haciendo la mili y me diagnosticaron una parestesia. Estuve con dolores medio controlados con calmantes suaves y acudiendo al médico varias veces hasta 2008, que me encontraron una hernia discal.
Cuando me operaron para la afección en cuestión, experimenté un cambio de vida bastante radical. Aunque ya me había sentido forzado en anteriores ocasiones a dejar algunos trabajos que debido a la implicación física que requerían no podía desarrollar, en este punto ví que ya no podría trabajar como comercial de la manera que lo había hecho hasta el momento.
La operación me la hice a través del seguro privado, ya que el dolor era insoportable y la lista de espera en la Seguridad Social era muy larga. La operación fue muy bien, pero perdí el trabajo cuando se me terminó la baja.
A partir de ahí y hasta 2016, aproximadamente, estuve sufriendo mucho. No podía mantener los trabajos que encontraba. Un día, mientras trabajaba, me dio un latigazo muy fuerte a partir del cual me diagnosticaron lumbalgia crónica. Me informaron, también, que había desarrollado una fibrosis procedente de la cicatriz que me estaba tocando el nervio.
Los médicos no querían operarme porque la intervención conllevaba riesgos y me derivaron a la Unidad del Dolor. Allí, me ajustaron el tratamiento. En paralelo, cada seis meses me sometían a una inspección de trabajo y después de un año y medio, consideraron darme el alta, pero yo no podía trabajar. Quería, pero no podía. Esta situación me llevó a desarrollar una ansiedad que conllevó, de nuevo, una baja laboral.
Cada vez que acudía a la visita protocolaria con la inspectora, intentaba trasladar el mensaje de que yo quiero trabajar, pero no puedo. Finalmente, me concedieron la incapacidad total. El reconocimiento en cuestión permite que me den una paga y que pueda trabajar a la vez, pero implica, también, que la discapacidad que se me reconozca sea la mínima, de un 33% y me encuentro con trabajos que no están adaptados a mis necesidades y que no me puedo comprometer a desarrollar tal y como debería.
En la Unidad del Dolor, empezaron a revisar mi caso más a fondo y me mandaron a terapia para que se avaluara si podía ser portador de un neuroestimulador medular, un aparato que se injerta en el cuerpo y que boicotea la señal de dolor que se traslada normalmente desde la zona afectada hasta el cerebro. Efectivamente, me operaron y me lo colocaron, y el resultado a corto plazo fue muy bueno. Puedo decir que experimenté un 80% de alivio, conseguí tener una vida medianamente normal.
Necesité unos meses de adaptación y cuando volví al trabajo, me informaron de que el rol había cambiado y que ahora implicaba cargar peso, así que como no podía hacerlo, tuve que dejarlo. Así que el primer año con el neuroestimulador ha sido muy bueno por un lado, gracias al alivio del dolor, pero por el otro lado ha sido duro, ya que no consigo estabilizar mi vida en la medida que necesito.
En septiembre del año pasado, los profesionales sanitarios que me llevan consideraron que tenían que empezarme a bajar la medicación de manera progresiva hasta hace seis meses, que me retiraron la oxicodona (Targin) y la sustituyeron por medicamentos más suaves (Captor y Celecoxid). Experimenté, en este sentido, un aumento del dolor considerable. Así que hace un mes que me volvieron a recetar Targin.
En la Unidad del Dolor me tratan muy bien, últimamente me han reprogramado el neuroestimulador y me siento un poco mejor, pero no estoy bien del todo. Cada día voy a andar o en bici y voy quedando con amigos, pero cosas como salir, ir al cine, ver un partido de rugby entero, etc. ya no las puedo hacer, y eran mi vida. No puedo aguantar mucho rato en la misma posición. El dolor que padezco no es visible, pero existe y en muchas ocasiones es severo.
En este sentido, entre el colectivo de personas que padecemos dolores similares, coincidimos en que nos sentimos completamente incomprendidos e invisibilizados. No sabemos qué hacer ni a quién acudir para que nos ayuden; para obtener una guía o una hoja de ruta para adaptar nuestras vidas y nuestras realidades a una vida medianamente normal.
Sobre eso influye también el hecho de que se nos reconocen incapacidades, pero no discapacidades. No tenemos ni un día a día ni puestos de trabajo adaptados (ni empresas interesadas en contratar a personas con dolor crónico o con la espalda mal). De hecho, del paro me han presentado un par de propuestas de trabajo, pero nunca se ha tenido en cuenta mi condición. Me ofrecían trabajos normales, imposibles para mí. Estas cosas pequeñas que experimentas de manera cotidiana nos van hundiendo.
Vivir así es muy duro, y somos muchos los que nos encontramos en situaciones similares. Necesitamos que se destinen recursos a fomentar el acompañamiento y el asesoramiento. Necesitamos visibilidad y que se reconozca a nivel global el dolor que padecemos y cómo, el mismo, nos deja desamparados ante situaciones cotidianas.