Hola, soy Clara Londoño, tengo 39 años y vivo en Medellín. Tengo espina bífida, lo que me representa dificultades para movilizarme. Yo creo que tener una condición de discapacidad, en general, es muy complicado, pero tenerla en un país como Colombia es todavía más difícil. En mi caso, he aprendido a defenderme bien, pero es porque lo he hecho por mi cuenta y con el apoyo de mi familia, porque aquí salir a la calle no es nada fácil.

En Colombia existe la apreciación de que las personas con discapacidad no salimos de nuestras casas. Eso conlleva a que no se abran los espacios y las posibilidades para que tengamos la mayor cantidad de accesos posibles. Yo trabajo, paso mucho tiempo en la calle y me transporto en un carro, lo que me facilita mucho la movilidad. Pero eso no es lo general en un país como el nuestro, donde hay gente que al salir de su casa ya encuentra una acera sin rampa, o para la que es muy difícil coger un bus.

En la universidad en la que estudié había el mismo problema: tenía que ir al cuarto piso de un edificio antiguo, donde sólo había escalas porque el ascensor no funcionaba. Las instalaciones no eran adecuadas porque nunca habían tenido a ningún estudiante con discapacidad. Aunque mi caso sirvió para visibilizar el problema, y cuando construyeron una nueve sede se plantearon nuevas posibilidades de acceso. Pero esas facilidades no deberían ser exclusivas de ciertas entidades: es como decir que un apartamento o una casa no tenga puertas. Es una cosa básica que no tendríamos que pedir, porque hacemos parte de la misma sociedad.

Yo trabajo en una empresa de asesorías agropecuarias que yo misma creé en parte porque, cuando terminé de estudiar, me di cuenta de que no es fácil que la gente lo acoja a uno para trabajar. Puedes tener toda la inteligencia y las ganas, pero, cuando te ven con una discapacidad física, no te valoran igual. Todo el mundo habla de inclusión, que es una palabra muy de moda, y los Gobiernos, la gente y las empresas hablan de ella, pero cuando tú vas a mirar la inclusión aquí se ve más como una caridad. Pero no es eso: es que todos los ciudadanos tengamos los mismos derechos. 

La inclusión mal entendida genera mucha más diferencia y una brecha más grande. Debería servir para que todos seamos iguales. No es poner una rampa y ya. Es que las empresas, por ejemplo, al igual que a cualquier trabajador le asignan un escritorio y un computador para que cumpla con sus deberes, también tengan las condiciones básicas para que cualquier persona capacitada se pueda desempeñar. Es algo básico. No es un plus de la empresa: es que debería ser algo mínimo que no sólo deberían tener ellas, sino también las ciudades, las universidades, para que todos podamos incluirnos dentro de esta sociedad.

Por eso lanzo esta campaña: para visibilizar las falencias que hay en Colombia en términos de inclusión. Y para hacer un llamado al Congreso de la República para que actúe y legisle de tal manera que se entienda qué es la inclusión en el ámbito cultural, social y de infraestructura y que, entonces, se haga efectiva. Si conseguimos 350 firmas en esta petición, los políticos me responderán en la página de Osoigo. Y después de respaldar, difundamos este testimonio con nuestros amigos, familiares y contactos de WhatsApp y por redes sociales. Que corra la voz a favor de la inclusión verdadera en Colombia. ¡Muchas gracias!