Soy madre de Carlos, un niño de 5 años que tiene muchos sueños, ilusiones y ganas de aprender y jugar. No solo es mi hijo, es mi gran ejemplo de vida, el que me ha enseñado a tener paciencia, empatía y comprender que cada persona tiene detrás una historia, la cual no debe de ser juzgada, como la nuestra con el autismo.

La escuela inclusiva es una idea maravillosa sobre el papel, pero no hay suficientes recursos para garantizar una correcta educación para los niños con necesidades especiales como él.

Muchos profesores no tienen la formación necesaria para tratar con estos niños, y tampoco pueden prestarles la atención que necesitan con tantos alumnos, por ello es fundamental incluir especialistas que los ayuden, y formar un equipo entre ambos, ya no solo por ellos, sino por el conjunto niñxs del aula, que aprenderán desde la infancia a conocer que cada persona tiene habilidades y formas de percibir su entorno de forma diferente. 

Por eso es fundamental la figura del orientador en los todos los centros públicos con clases específicas. Un profesional que guie a los educadores de clases ordinarias a fomentar una educación inclusiva, un cambio de mentalidad sobre la atención de alumnos con habilidades diferentes.

Gracias a la ayuda de este profesional, podríamos evitar varios de los mayores miedos que tenemos los padres de pequeños con necesidades especiales, y es que en un futuro, sufran discriminación por su condición. Por parte delos profesores que les aparten al no llevar el mismo ritmo que el resto de la clase, y de sus compañeros, que le hagan bullying por no entender sus comportamientos.

Necesitamos que todos los docentes, que son quienes forman y educan en gran parte a los futuros ciudadanos, tengan la capacidad de reconocer y atender a los alumnos que necesiten especialmente su ayuda. La educación no es solo cumplir con el horario e impartir un contenido mínimo indispensable, sino generar un entorno educativo que de verdad pueda llamarse inclusivo.