Me llamo Ester, tengo 43 años, y hoy quiero compartir mi historia: hace ya un par de años me di un golpe en el pecho. Tras esto noté un bulto y se lo comuniqué a mi médico de cabecera. Ella no dio ninguna importancia a este hecho, por lo que decidí acudir a urgencias. Imaginad cual fue mi sorpresa cuando me diagnosticaron un cáncer de mama en etapa III. 

Desde entonces me he sometido a todo tipo de tratamiento, ya fuera radioterapia, quimioterapia o cirugía radical, con el consiguiente desgaste emocional, físico y psíquico que generan este tipo de intervenciones, sumado a un intento de despido de mi trabajo. 

Sinceramente, tras una profunda reflexión, puedo afirmar que la casualidad, representada en ese golpe, quizá me haya salvado de un destino fatídico. No me atrevo a pensar si hubiera estado escribiendo estas líneas si no hubiera tenido este pequeño accidente.

Mi historia expone la cruda realidad que muchos enfermos vivimos: las pruebas de prevención contra el cáncer no se realizan, por lo general, hasta edades muy tardías. Por lo menos, donde yo vivo, Cazorla, no se hacen cribados hasta los cincuenta años, lo cual dificulta enormemente el diagnóstico de esta enfermedad a una edad temprana.

Además, aprovecho para subrayar la falta de recursos psicológicos y económicos destinados a la investigación del cáncer. Por ello me gustaría pedir que se dedicaran más recursos a la cobertura completa de esta enfermedad. Hay muchas cosas que deberíamos cambiar, paso a paso. ¿Qué tal si empezamos por disminuir el número de lacitos rosas y aumentamos la empatía con los enfermos? Porque, en realidad, el cáncer de rosa no tiene nada.