Pregunta para Parlamento de Andalucía
Llevo trabajando muchos años de camarera y son incontables las veces que he presenciado casos de acoso y abuso machista. ¿Hasta cuándo vamos a normalizar estas situaciones?
Hola, me llamo Fátima y escribo este texto en osoigo para contar varios casos que he presenciado y sufrido de acoso machista, que es algo que todas las mujeres hemos sufrido alguna vez en nuestra vida y en los que tenemos que apoyarnos y defendernos mientras esperamos que las cosas cambien.
Soy camarera desde hace muchos años y el episodio más fuerte que he presenciado de acoso y abuso machista fue cuando trabajaba en una zona de ocio joven, estudiantil, de Sevilla. Estaba trabajando como cada noche y la experiencia que tenía en el sector me hacía estar alerta y poner el ojo en las mesas de chicas jóvenes que bebían al igual que el resto. Llevaba mucho tiempo presenciando comportamientos machistas y sexistas y siempre trataba de evitarlos de una manera muy sutil y educada, pero ese día estallé. En la barra estaban dos chicas británicas que estaban bebiendo chupitos, cuando ya llevaban un rato bebiendo, se acercó un chico de unos veintitantos y empezó a hablar con ellas. De repente, vi como le pasaba la mano por detrás a una y le tocaba el pecho a la otra. Las chicas estaban incómodas y se notaba que no sabían cómo reaccionar y yo estaba descompuesta al ver lo que estaba viendo..
Se apartaban, pero él no dejaba de tocar, hasta que una de ellas le gritó “Ya está, para!”. Ante la pasividad del resto de los presentes, me acerqué y le dije al chico que se fuera y que no volviera a acercarse a ellas, pero en cuanto me fui a servir una mesa, el abusador volvió con las jóvenes. Mi jefe me vio decidida a ir para echar al chico de allí fuera como fuera y me dijo: “Fátima, ya está, cálmate”. Pues no, eso no me calmó, es más hizo todo lo contrario porque me dio la sensación de que entre hombres se defienden de actos como este.
Eché al chico del bar pese a sus negativas de querer irse y le dije al portero que no lo dejara entrar nunca más. Después de ese momento estaba muy nerviosa porque yo no soy de tener enfrentamientos, pero la situación me superó y no quiero ni imaginar en qué habría acabado si ese tío no se hubiera ido (mejor dicho: lo hubiera echado).
Por desgracia, he presenciado bastantes cosas así. Recuerdo una vez que invité a salir del bar a un señor mayor que se acercaba siempre que el bar estaba lleno, no consumía nada (me parecía raro porque se pasaba horas) y un día vi como se frotaba con todas las chicas jóvenes, incomodándolas obviamente.
Y en otra ocasión, un hombre entró en el bar estando yo sola y me pidió una cerveza. Hasta ahí todo normal. Pero después de estar hablando un rato conmigo, mientras yo trabajaba, me preguntó: “¿Con cuánta frecuencia follas tú? Es que últimamente veo a las mujeres muy reprimidas”. En ese momento se encendió mi luz roja y le dije que abandonara el establecimiento y que él no era nadie para preguntarle eso a una desconocida.
Estos son solo unos ejemplos de lo que tenemos que vivir las mujeres en nuestro día a día, simplemente por el hecho de ser mujeres. Están tan arraigados socialmente estos comportamientos que se interpretan como algo normal, algo cotidiano del día a día, de las fiestas. Y no, basta ya de banalizar el acoso y el abuso machista del que somos víctimas.