En primer lugar, la cuestión de las identidades es muy compleja en cualquier sociedad, y cada individuo vive su autoidentificación nacional de distinta manera. Por así decirlo, en distintos grados y modos de superposición, yuxtaposición, mezcla o relación. Las encuestas del CEO, por ejemplo, establecen distintos grados (más español que catalán, sólo catalán, tan español como catalán, etc). Pero lo más importante es darse cuenta que, aún siendo importante la cuestión de la identidad o del hecho nacional catalán en el crecimiento de los partidarios de la indepencia, no es el único factor relevante. Ha habido coyunturas políticas y económicas que lo han favorecido, decisiones judiciales o de planificación e inversión en infraestructuras, decisiones respecto a la lengua catalana en otras CCAA del Estado, y otras circunstacias.

Un Estado materialmente plural como el nuestro, que se organiza con importantes niveles de desconcentración y descentraliación, puede vivir tensiones (simplificando mucho), en tres ámbitos: el de las competencias de cada nivel de gobierno, el de su financiación, y en el reconocimiento de la realidad nacional de cada uno de los pueblos que lo componen. Es evidente que, afrontando retos en los tres, los mayores problemas se acumulan en los dos últimos, Hay otros temas que son comunes al conjunto de España pero que también han alimentado al movimiento independentista (puesto que propone una tabula rasa y construir "un país nuevo"): desafección política, corrupción, gestión de la crisis, pérdida de derechos, recortes, etcétera.

Una completa revisión de nuestro marco de convivencia es los que hace falta para lograr un equilibrio y dar respuesta a un anhelo de cambio que comparten muchos ciudadanos en todo el Estado, y es lo que los socialistas nos proponemos hacer mediante la transformación de España en un Estado federal, democrático y social.