Pregunta para Parlamento de Canarias
Me llamo Javier y estuve en diferentes centros de menores por pertenecer a una familia desestructurada y tóxica. ¿Qué medidas están tomando para ayudar a estos menores a reinsertarse en la sociedad y así dejen de ser un colectivo estigmatizado?
Me llamo Javier, soy de Gran Canaria pero actualmente vivo en Alemania, y tengo 27 años. Cuando tenía menos de dos años ya nos enviaron a mí y a mis hermanos a un hogar de acogida, ya que nos encontrábamos en situación de vulnerabilidad. En nuestra casa había muchas agresiones entre nuestros padres, no se nos daba de comer, incluso nosotros mismos sufrimos agresiones y además, a causa de la pérdida de uno de mis hermanos, las cosas empeoraron aún más.
Estuvimos en un hogar de acogida con unos cuidadores que eran pareja y estaban con nosotros entre semana. A día de hoy sigo en contacto con ellos, ya que se portaron estupendamente con nosotros y mis recuerdos allí son muy felices. Por desgracia, cuando tenía seis años, surgió una falsa denuncia hacia estos cuidadores, lo que hizo que los organismos competentes tuvieran que enviarnos de vuelta con mi madre, quien había estado con otro hombre y había tenido tres hijos.
Con ella estuvimos destinados a diferentes lugares, en centros de mujeres maltratadas (ya que la pareja con la que tuvo los tres hijos era un maltratador) y también en la casa de un hombre que yo no conocía pero accedió a ayudarnos. No recuerdo adónde fuimos exactamente, pero sé que todo fue dentro de las Islas Canarias.
Mi madre no estaba bien: tenía problemas de salud mental, pero no quería medicarse, nos agredía físicamente prácticamente a diario y hubo un momento en que nos abandonó durante un mes. Pasado este mes, vinieron a casa un trabajador social y nos dijo que todo iría bien, pero que teníamos que irnos con él. Nos llevó a un centro de atención inmediata (CAI), donde analizan la situación de cada menor y deciden cuál es el mejor hogar para él o ella.
Desde allí nos destinaron a un nuevo hogar, donde pasamos dos años porque tuvo que cerrar (no me contaron por qué, ya que era muy pequeño) y nos destinaron a otro. A uno de mis hermanos lo llevaron a otro centro por mal comportamiento, ya que creían que no era un buen ejemplo para nosotros, y con el tiempo yo también empecé a tener un mal comportamiento, hacia los 14 años.
Fue por eso que a mí también me separaron de mis hermanos y me fui a un nuevo hogar. Allí había unas normas bastante estrictas, con las cuales se nos puntuaba y, en función de la nota que sacábamos, recibíamos premios. En aquella época me sentía muy desamparado: yo lo único que necesitaba era un acompañamiento, alguien que me escuchara y me comprendiera. Tener que acatar unas normas tan autoritarias y llevar un estilo de vida impropio para un menor solo hizo que mi comportamiento fuera cada vez más difícil.
Debido a este comportamiento, muchos trabajadores se rindieron y fueron enviándome a diferentes hogares. En total, estuve en seis colegios y seis institutos diferentes. Tener que adaptarme a nuevos entornos constantemente y ver que nadie quería ayudarme hizo que cada vez me volviera más desconfiado y actuara más a la defensiva. Hubo varias veces en las que me fugué del centro para poder ver a mis hermanos. En los centros escolares tampoco fue fácil, no solo por tener que adaptarme cada vez que llegaba nuevo, sino también porque fui víctima de acoso escolar, pero también llegué a ser yo el abusador en otras ocasiones.
Con 16 años fui al que sería ya mi último hogar. Ahí mi comportamiento cambió: vi que iba a cumplir la mayoría de edad sin nadie que pudiera ayudarme ni acompañarme y no quería terminar en la calle. Los profesionales me ayudaron hasta el último momento para ver qué hacer cuando saliera de allí, por lo que estoy muy agradecido. Al final opté por ir a un piso de emancipación, donde recibí una formación y trabajé para tener ahorros y poderme independizar. Tuve la suerte de contar con la implicación de aquellos trabajadores, pero otros no tienen la misma suerte y por desgracia, terminan en la calle y con drogadicciones.
Tengo muchos recuerdos bonitos de mi primer hogar porque me sentía libre, podía disfrutar de una infancia lo más normal posible: salía a la montaña, a jugar con otros niños… Sin embargo, en el resto de los centros donde estuve, nos trataron muy diferente, con muchas restricciones. Se habla mucho de trabajar por nuestra reinserción en la sociedad, pero los trabajadores eran los primeros que nos trataban de forma distinta, y esto no ayuda para que dejemos de ser prejuzgados.
Por ejemplo, íbamos por la calle siempre acompañados de un trabajador social, no confiaban en nosotros y esto visto desde fuera ya daba la impresión de que debíamos de ser personas conflictivas. Es como si ves un cartel donde pone “perro peligroso” y luego resulta que realmente no lo es, pero el prejuicio ya está instalado en el pensamiento. Tampoco nos dejaban tener una vida social más allá del centro, no podía salir y quedar con compañeros de clase. Creo que todo hace que estos menores se vuelvan antisociales y tengan más dificultades a la hora de relacionarse.
Si ahora me vieran por la calle y no supieran nada de mí, nadie pensaría que estuve en hogares de acogida. Con esto quiero decir que no somos diferentes, no somos malos. Prejuzgar a estos menores sin saber toda la historia que hay detrás no hace más que ponerles aún más barreras. No olvidemos que son niños y adolescentes y que no tienen la culpa de las vidas que tienen. En mi caso, el único error que cometí fue nacer en una familia donde no reunían los requisitos para cuidar de mí ni de mis hermanos.
Ante esto, quiero dirigirme a los miembros del Parlamento de Canarias, ya que soy de las Islas Canarias y son mis representantes en dicha cámara, para que se tomen más medidas para ofrecer un acompañamiento real a todos estos menores que están en los centros y así ayudarles a reinsertarse en la sociedad. También es importante dar más visibilidad, para que haya más conocimiento sobre estas realidades y dejemos de ser un colectivo estigmatizado.
Pese a todas las dificultades por las que he pasado, puedo decir que ahora soy feliz. Quiero mostrar mi agradecimiento a todas las personas que me ayudaron durante todos esos años, ya que se portaron muy bien conmigo y gracias a ellos he podido llegar a ser quien soy. Espero que algún día la sociedad pueda llegar a ver a estos jóvenes como lo que son: personas que lo único que necesitan es comprensión, ayuda y cariño.