Desde la infancia, las mujeres somos víctimas de acoso callejero. ¿Cómo no vamos a tener miedo si nadie hace nada por cambiar esta realidad?

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Hola, me llamo Kisuna y tengo 24 años. Escribo en osoigo porque es la oportunidad perfecta para denunciar el acoso callejero que sufrimos las mujeres desde que somos niñas. Personalmente, he sufrido muchos episodios, pero vengo a contar tres que para mí fueron los más impactantes y que, a día de hoy, todavía me pongo nerviosa al recordarlos. 

Por orden cronológico. La primera vez que sentí miedo por la calle estaba con una amiga y nos acercamos a saludar a un chico pensándonos que era un conocido. Cuando el “chico” se giró, resultó ser un hombre de unos 40 años. Le pedimos disculpas y nos marchamos. 

 

De repente, nos dimos cuenta de que el hombre nos había empezado a seguir, pero ignorando su comportamiento, nos sentamos en un banco a jugar con el móvil. El señor empezó a soltar comentarios como “si sois tan buenas en la cama como con el juego del móvil, ¡madre mía!”. Empezamos a sentir miedo y nos fuimos rápido a mi casa. El hombre nos siguió hasta la misma puerta. 

A los 15 años, sufrí un episodio parecido. También iba con una amiga y estábamos paseando a mi perro por el parque. Unos hombres que se bajaron de un coche empezaron a gritarnos “zorras”, “cómo os atrevéis a vestiros así”, etc. Íbamos con unas faldas que nos habíamos comprado el día de antes todo el grupo de amigas. Cuando llegamos a casa le contamos la historia a mi madre y llamamos a la policía para denunciar. El policía, también un hombre de mediana edad, nos preguntó entre otras cosas que si cuando nos habían dicho eso “íbamos vestidas así” (llevábamos en ese momento las mismas faldas que durante el episodio de acoso). En ese momento, hasta nos hizo cuestionarnos si la culpa era realmente nuestra.

La última vez que sufrí algo así, fue hace un año. A eso de las 18 de la tarde, estaba paseando con mi perro cuando, de repente, se paró una furgoneta delante mía y se bajó un hombre. Cómo yo llevaba auriculares, me los quité por si el señor me estaba preguntando alguna cosa, pero en cuanto notó mi actitud receptiva, sus tres compañeros de furgoneta también se bajaron. Empezaron a acercarse y mi perra se puso muy nerviosa por lo que empecé a andar rápido intentando alejarme de esa situación que me estaba pareciendo tan rara. Como veía que me seguían, llamé a mi novio y me dijo que venía enseguida. Cuando los hombres se dieron cuenta de que estaba esperando a alguien se fueron alejando y disimulando.

Estos episodios no son casos aislados. He contado tres, pero podrían ser muchos más. Las mujeres sufrimos diariamente el acoso callejero por parte de  hombres que consideran que tienen el derecho de hacernos pasar por un mal rato y de opinar sobre nuestro físico o nuestra ropa. 

*Ilustración de @kisunaSketchbook

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