Pregunta para Congreso de los diputados
Soy Magda y mi hija, Lucía, tiene síndrome de Down. ¿Para cuándo se destinarán más recursos a las terapias para los niños con diversidad funcional? ¿Cuándo entenderemos que la integración es un proceso individual y no colectivo?
Lucía es la niña de mis ojos, seguro que, porque tras tener a dos hombrecitos en mi vida, me hacía muchísima ilusión tener, por fin, una niña en nuestra familia. Y entonces, hace poco más de dos años, Lucía llegó a nuestras vidas para ser una niña extra especial.
Nos enteramos de que nuestra pequeña tenía síndrome de Down en el parto. La situación nos pilló por sorpresa, pero supimos reaccionar a tiempo, nos pusimos en acción a la velocidad del rayo y, a sus primeros 15 días de vida, la niña estaba recibiendo atención temprana.
Esta atención temprana, junto con las numerosas terapias a las que acude nuestra pequeña, tanto las que les corresponde por la sanidad pública, así como las añadidas que le pagamos en la sanidad privada han hecho que Lucía avance a niveles asombrosos a pesar del retraso psicomotor asociado al síndrome de Down.
Lucía, a sus dos años, ha empezado a caminar desde hace un mes, algo que demuestra su espíritu de superación, ya que es raro que los niños con este síndrome comiencen a caminar tan rápido. Si bien es cierto que la niña tiene un retraso madurativo de entre seis meses y un año con respecto a otros niños, las terapias que recibe, junto con el apoyo de toda su familia están siendo claves en el desarrollo de la niña que, estamos seguros de que, en el futuro, será una persona feliz e independiente.
El caso de Lucía demuestra dos cosas muy importantes: la primera es que se demuestra que el acceso a terapias desde una edad muy temprana hace posible que, a pesar de sus limitaciones, estos niños lleguen a convertirse en adultos plenamente funcionales, asalariados y que retribuyan económica, cultural y emocionalmente a la sociedad; la segunda es que la diferencia no te hace menos capaz. No todos los niños con diversidad funcional necesitan acudir a los colegios de educación especial, así como hay muchos que sí. En vez de fijarnos en cifras, deberíamos centrarnos en las necesidades específicas de cada niño en particular.
Por eso pido al Congreso de los Diputados, primero, que se aumenten las ayudas para las terapias de los niños con diversidad funcional. No todos los bolsillos pueden hacer frente a las necesidades que presentan estos pequeños, y las ayudas son claramente insuficientes. Por otro lado, pido que se consideren las necesidades educativas de cada niño en vez de asociar y prejuzgar sin conocer. Si mi hija es capaz y se encuentra cómoda en un colegio ordinario, ¿quién es nadie para juzgar si ese es o no su lugar?
Yo voy a disfrutar de mi hija, a la que adoro, sin preocuparme por el mañana, pero poniendo todos los recursos a su alcance para que, en futuro, tenga las herramientas necesarias para ser funcional, independiente y libre de ser quien decida ser.