Me llamo Sendoa y vivo en Asturias. Era 1991 cuando yo, siendo un niño, empecé a padecer un dolor agudo en el pie. Mis padres me llevaron al médico, pero después de revisarme, no consideraron que se tratara de nada importante; determinaron que muy probablemente me había hecho un esguince.

Con el paso de los días, el dolor incrementó. Después de aproximadamente dos meses de haber mostrado los primeros síntomas, durante otra visita médica con un traumatólogo diferente al que me había visitado anteriormente, empezaron a saltar las alarmas mientras me exploraban. Entonces consideraron que tenía que someterme a un seguido de pruebas diagnósticas.

Finalmente, me diagnosticaron un Sarcoma de Ewing ubicado en el hueso del talón. Con el diagnóstico, automáticamente ingresé. Me sometí a un tratamiento de medicina nuclear y también recibí algunas sesiones de quimioterapia. Finalmente, me intervinieron quirúrgicamente; me extirparon el hueso del talón y lo sustituyeron por uno de la cadera. Después, me sometí a revisiones rutinarias de control durante años hasta que cumplí los 16, que me dieron el alta. Desde entonces no ha reaparecido la enfermedad.

El Sarcoma de Ewing es una tipología de cáncer muy agresiva y dolorosa con tendencia a reproducirse. Afecta, sobre todo, a niños y a personas jóvenes. El diagnóstico de la enfermedad suele ir acompañado de un mal pronóstico debido a la falta de opciones relacionadas con los tratamientos existentes. Es por este motivo que considero crucial que se mejore la inversión pública que se destina a la investigación del cáncer; en muchos casos, solo se puede acceder a un tratamiento y si este no funciona o si la enfermedad reaparece, no existe solución.

Me dirijo a los políticos del Senado: ¿Cuándo se va a mejorar la inversión pública que se destina a la investigación? Por mala suerte, el cáncer nos toca o nos tocará de cerca a todos.