Me llamo Vanesa, tengo 40 años y he sobrevivido a un cáncer de ovario.

En 2016, después de verano, empecé a padecer infección de orina. Me recetaban antibióticos, pero la infección persistía. Un día me di cuenta de que mi orina contenía sangre, por lo que decidí volver a la consulta de mi médico de cabecera. Restándole importancia, me dijo que era algo que podía pasar, pero que debía revisarme el riñón para ver si la infección se había extendido.

A continuación, tuve que llamar a un urólogo privado para que me realizase una ecografía del riñón, ya que por protocolo la Seguridad Social no hacía esta prueba por una infección de orina. En los resultados, la ecógrafa vio que tenía un quiste en el ovario y me indicó que debía acudir a mi ginecóloga lo antes posible. Al día siguiente fui a su consulta y, tras ver el quiste, empezaron a hacerme pruebas. Este era bastante grande, de aproximadamente 7 cm, y me confirmaron que lo más seguro era que se tratase de un tumor maligno.

Me sometí a una cirugía en la que me practicaron una histerectomía radical. Un mes después empecé con el tratamiento de quimioterapia, dividido en 6 ciclos administrados durante cuatro meses. Eran dosis muy fuertes que me causaron mucho malestar.

La quimioterapia me produjo dolores muy fuertes a nivel óseo y muscular, empeorando la hemiplejia que padezco de nacimiento. Sufrí muchas caídas, ya que las piernas me fallaban, y perdí la sensibilidad en las puntas de los dedos y de los pies. Me concedieron una baja laboral y me la prorrogaron varias veces, ya que mi estado no me permitía trabajar, hasta que la jueza me indicó que debía reincorporarme a mi puesto, hace ahora un año. Si bien estoy mejor que al terminar el tratamiento, no he conseguido recuperarme del todo y me cuesta terminar mis jornadas laborales.

Por ello, pido a las Cortes de Aragón que destinen más recursos a la investigación contra el cáncer, a su detección precoz y al respaldo económico y laboral de los pacientes oncológicos.